Jesús estaba atravesando Samaria de camino a Jerusalén. Envió mensajeros delante de Él para preparar un lugar, pero los habitantes de la ciudad lo rechazaron.
Cuando Santiago y Juan supieron del rechazo, echaron chispas, «Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma?» (Lucas 9.54). Acababan de haber estado en el Monte de la Transfiguración y habían visto a Su Señor con Moisés y Elías. Sin duda recordaron la historia de Elías que clamó que cayera fuego del cielo (1 Reyes 18.36-38). Pero cuando pidieron un fuego consumidor, Jesús los corrigió.
Les dijo, «porque el Hijo del Hombre no ha venido a destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas.» (Lucas 9.56). No es asunto nuestro buscar venganza. Dios aplasta la prensa de la las uvas de Su ira solo (Isaías 63.3). A nosotros nos compete llevar las buenas nuevas de la salvación al mundo.
Pablo escribió, «Nunca os venguéis vosotros mismos... porque escrito está: mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber, porque haciendo esto, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido por el mal, sino vence con el bien el mal» (Romanos 12.19-21). Debemos dejarle la venganza a Dios.
Dios nos llama a tratar a las personas difíciles con amabilidad y a buscar llevárselas a Él.