“con un bautismo de sangre tengo que ser bautizado, y ¡qué angustia la mía hasta que se cumpla!" (Lc. 12,50).
Estas sentidas palabras que Jesucristo pronunciara un día en presencia de sus amados discípulos, parece repetirlas hoy desde su bendita imagen. En efecto, yo veo al Señor de los Afligidos con la cabeza apoyada en su mano derecha, como recorriendo con la mirada y pensamiento las escenas todas de su dolorosísima Pasión.
Acompáñale, alma mía, en ese triste recorrido. Es el primer cuadro que sus ojos se presenta, es el Huerto de los Olivos… ¡Oh, qué angustia de muerte le causará ese doloroso cuadro…! Mira, alma mía, lo que allí pasó Jesús; cae de rodillas y ora en presencia de su Padre Eterno, pero un fuerte y abundante sudor de sangre corre todo su cuerpo hasta regar la tierra…se asusta y exclama: “¡Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz!” (Mat. 24,39). Es tan terrible la Pasión que se le prepara, que al fijarse en ella su pensamiento, grita lleno de amargura: “Triste está mi alma hasta la muerte”. (Mar. 14,34). Entre tanto los tres discípulos predilectos duermen sin preocuparse de lo que está pasando a su idolatrado maestro… ¡Pobre Jesús! Sufriendo El solo sin que nadie lo consuele…
Mientras esto pasa en el interior de Getsemaní, Judas, el discípulo traidor, rodeado de una vil canalla, se acerca a aprehender a su Bienhechor. Jesús que nada ignora, sale a su encuentro; permite que el discípulo infiel le dé un beso de amigo y se entrega en manos de los soldados. Estos le prenden rabiosamente, atan con nudosos cordeles sus divinas manos, y locos con el triunfo alcanzado le cercan entre gritos y risotadas para conducirle a la presencia de los príncipes y sacerdotes que le han de condenar.
Fíjate, alma cristiana, en las circunstancias de esa escena. Los discípulos de Jesús… ¿Dónde están? Huyeron llenos de miedo, abandonando cobardemente a su amorosísimo Maestro. ¿Qué sucedió con las promesas que le hicieron de ir con El hasta la muerte?
¡Oh, qué inconstante y tornadizo es el corazón de los hombres! ¡Qué pronto se olvidan de su deber para seguir los caprichos de la pasión!
¿Qué sentiste, Jesús mío, al verte así abandonado de tus íntimos amigos…solo y en medio de tantos enemigos que te odian y maltratan hasta sujetar tus bienhechoras manos con duras cuerdas? No eres tú un criminal para que así te atropellen…
Aquí es el caso de exclamar con San Alfonso de Ligorio: ¡Pero, ¿Qué es lo que veo? Un Dios maniatado! Y ¿Por quién?, por unos gusanos de la tierra salidos de las manos del mismo Dios. Ángeles del Paraíso, ¿Qué decís? Y vos Jesús mío, ¿Cómo permitís que os aten las manos? ¡Oh, Rey de Reyes y Señor de los que dominan!, os diré como San Bernardo: ¿Qué tienen que ver las cuerdas de los esclavos y de los malhechores con Vos que sois el Santo de los Santos…?” San Alfonso, Medit. De la Paz, Cap. 7.
Pero no, alma mía, no te indignes contra los discípulos que abandonaron a su Maestro ni contra Judas que lo traicionó por treinta monedas, ni contra los soldados que tan cruelmente lo maltratan… ¿No has hecho tú eso mismo con tu amante Jesús? ¡Cuántas veces le has dejado solo, abandonado… para seguir en pos de tus caprichos y vanidades…! ¡Cuántas otras le has hecho traición, entregándote villanamente en manos de tus pasiones e infidelidades…! ¿Cuántas más le has atando ignominiosamente las manos con los feos y duros cordeles de tus pecados…? ¿No te está diciendo esto el Señor de los Afligidos desde su dolorida imagen?
(tomado de las apariciones de la vidente)
de el Señor de los afligidos
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