El Espíritu santo, el Consolador
"Mas el Connsolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre
enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os
recordará todo lo que to os he dicho" Juan 14:26.
El buen anciano Simeón llamó a Jesús "la consolación de
Israel" y en verdad lo fue. Antes de su aparición real. Su
nombre era "Lucero de la mañana"que ilumina la oscuridad y profetiza la llegada del alba. A Él miraban con la misma
esperanza que alienta al centinela nocturno, cuando desde la
almena del castillo divisa la más hermosa de las estrellas y
la aclama como pregonerqa de la mañana.
Cuando estaba en la tierra fue la consolación de quienes gozaron del privilegio de ser sus compañeros. Podemos imaginar cuán prestamente acudían a Cristo sus discípulos
para contarle sus aflicciones, y cuan dulcemente les hablaba
y disipaba sus temores con aquella inigualable entonación de
Su voz. Cómo hijos, ellos le consideraban como un Padre;
a Él le presentaban toda carencia, todo gemido, toda angustia y toda agonía, y Él como sabio médico, tenía un bálsamo para cada herida; Él había confeccionado un cordial para cada una de sus penas y les daba enseguida un potente remedio para mitigar la fiebre de sus tribulaciones.
¡Oh debe haber sido muy dulce vivir con Cristo! Entonces las aflicciones no eran sino que gozos enmascarados, porque proporcionaban la oportunidad de acudir a Jesús para alcanzar su alivio. ¡Oh si hhubiéramos podido posar nuestras cabezas sobre el regazo de Jesús, y que nuestro nacimiento hubiera sido en aquella feliz época que nos habría permitido escuchar Su amable voz, y contemplar Su tierna mirada, cuando decía: "Venid a mí todos los cargados y trabajados."
Pero ahora se acercaba la hora de su muerte. Grandes profecías iban a ver su cumplimiento, y grandes propósitos iban a ser cumplidos, y por ello, Jesús debía partir. Era menester que sufriera, para que se convirtiera en la propiación de nuestros pecados, al tercer día resucitó de entre los muertos, y nos dio la vida eterna para todo aquel que en Él crea.
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