¡El que quiera ver su alma limpia de pecado
debe presentar ante el altar de Dios
toda su vida, su gozos y sus lágrimas,
su esperanza, su amor, poder y años,
su voluntad y todo cuanto tiene!
Ha de hacer un entero sacrificio
ponerse del lado de Dios completamente,
arrostrar reproches y vergüenza
por aquel que compró su redención;
y luego confiar, y confiando esperar,
sin albergar más dudas, sino orando
Que a su debido tiempo escuchará:
«Tu fe te salva, entra ya en mi gozo».
El gran momento es aquel en que el alma
es puesta finalmente en el altar; cuando el orgullo es sacrificado,
y con Cristo, el Señor, crucificado. Y cuando nos sentimos impotentes
y nos rendimos, entonces El nos toca con su mano y nos sana,
y pone el sello de su Espíritu con que nos santifica.
A. T. Allis