A ser consciente del privilegio de la vida.
A responder con ello a los talentos que Dios me ha dado.
A ser feliz, siendo yo mismo (a) conforme a mi vocación y a
mis sueños.
A tener coraje de ser libre para elegir mis caminos, venciendo
mis temores y asumiendo las consecuencias de mis actos.
A tener alegría para construir mi felicidad.
A tener éxitos, pero también fracasos, que me recuerden mi
condición humana, la grandeza de Dios y el peligro de la
soberbia.
A sentirme completo, a amarme y a reconocer que soy único
(a), irrepetible e irremplazable, y que valgo por lo que soy, no
por lo que tengo.
A tener capacidad de gobernarme.
A querer el presente, elegir el futuro y trabajar para
conseguirlo.
A recordar el pasado, pero no vivir en el ayer; a soñar el
presente, sin menospreciar el presente.
A Pedirle a Dios que me perdone mis errore, mis caídas y mis
culpas.
A tener el valor para pedir perdón y a perdonar a otros,
olvidandome de los rencores.
A renacer cada día.
A sentir que Dios vive en mí y a agradecerle su infinito amor,
su entrega incondicional y su presencia.
A dejar de sobrevivir y a atreverme a vivir.
A ser completo (a), no sustituto (a), menos objeto, a saber
querer, saber decir si pero también no.
A hacer de cada día un día especial para los demás y para mí.
A entender que, al igual que otros(as), se puede ser buen(a)
hijo(a)hermano(a), esposo(a), guía y amigo(a).
"Por esto, ya que por la misericordia de Dios tenemos este
ministerio, no nos deanimemos. Más bien, hemos renuciado
a todo lo vergonzoso que se hace a escondidas; no actuamos
con engaño ni torcemos la Palabra de Dios. Al contrario,
mediante la clara exposición de la verdad, nos
recomendamos a toda conciencia humana ante la presencia
de Dios. Pero si nuestro evangelio está encubierto, lo está
para los que se pierden. El príncipe de este mundo ha cegado
la mente de los incrédulos, para que no vean la luz del
glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios. No
nos predicamos a nosotros mismos sino a Jesucristo como
Señor; nosotros no somos más que servidores de ustedes por
causa de Jesús. Porque Dios, que ordenó que la luz
resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar Su luz en nuestro
corazón para que conocieramos la gloria de Dios que
resplandece en el rostro de Cristo. Pero tenemos este tesoro
en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder
viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en
todo, pero no abatidos; perplejos pero no desesperados;
perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no
destruidos. "Donde quiera que vamos, siempre llevamos en
nuestro cuerpo la muerte de Jesús para que también su vida
se manifieste en nuestro cuerpo" 2 Corintios 4:1.
Pastor Jaime Batista Cortes