PARTE:1
El Evangelio De Hoy domingo 30 De Diciembre De 2012.
Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia.
¡Bienvenidos. Hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
El Señor este con Uds.Nos hemos reunido para leer la Palabra y alimentarnos de Cristo Resucitado que fortalece nuestra vida y nos compromete a vivir y a llevar una vida Espiritual llena de amor y paz.
Con alegría leamos la palabra.
Habla Señor, qué tu siervo escucha”.
Señor, creo en las Sagradas Escrituras que voy a leer,se que contiene Tu Santa Palabra.Haz que la escuche con todo respeto y amor.Ilumina mi mente para que por medio de ella yo conozca Tu Santa voluntad, y mueve mi corazón para que yo cumpla con fidelidad lo que Tú quieres de mí.Espíritu Santo, ilumina con Tu luz mi cabeza y enciende mi corazón para que la palabra de Dios pueda entrar y quedarse siempre en mí, para conocer por medio de Tu Palabra, Tu Divina voluntad, lo que puedo y debo lo, que debo y puedo modificar,y que no depende de mi cambiar, como debo conducirme en los acontecimientos de la vida.Señor, aquí tienes mi corazón abierto, dispuesto a Escuchar Tu Palabra con corazón sencillo y con la voluntad decidida para obedecerle...En TI esta la Luz y la salvación.Amen, y Amen
|
Si 3,2-6.12-14. *El que teme al Señor honra a sus padres.*
Dios hace al padre más respetable que a los hijo y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.
Palabra de Dios.
Meditación
Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Los textos de la liturgia hacen referencia a temas familiares. En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, escuchamos los consejos que un hombre, Ben Sirac, que vivió varios siglos antes de Jesucristo, da a sus hijos. El respeto y la veneración de éstos hacia sus padres es cosa agradable a los ojos de Dios, que éste no dejará sin recompensa. Los hijos que veneren a sus padres serán venerados a su vez por sus propios hijos. Todos estos consejos, aun conservando hoy plena validez, parecen insuficientes, puesto que están dados desde una mentalidad estrictamente rural, en donde otros aspectos de la vida familiar no son tenidos en cuenta. No sólo importa hablar hoy del respeto que los hijos deber a los padres, sino de la actitud de éstos con relación a los hijos. Esta insuficiencia resulta particularmente notable en momentos como los actuales, cuando la familia tiene planteados problemas de pérdida de sus funciones.
El esquema de la familia es patriarcal: el padre, la madre y los hijos constituyen una jerarquía, un orden santo que es menester conservar a toda costa. Una familia así privilegia el pasado y la estabilidad, consiguientemente la tradición y el orden. Para mantener dicha estructura en beneficio de la herencia espiritual de Israel, Ben Sirá inculca a los jóvenes todas aquellas virtudes que la favorecen: la obediencia, el respeto a los mayores, la solicitud por los padres que se encuentran en necesidad y confiere a dichas virtudes un valor religioso.
El ideal familiar de Ben Sira es, pues, bastante mediano: se para en la felicidad, y el mejor modo de obtenerla consiste en recibir, sin protestar, la educación y la formación de los padres. El hijo entra en un molde prefabricado que se llama sabiduría o experiencia, al cabo de los cuales encontrará la comodidad.
Tales perspectivas, normales todavía en muchas familias de hoy, no responden ya exactamente a las exigencias modernas; la rebelión de los jóvenes, extendida por todas partes, es un índice seguro.
Salmo: 127, 1-2. 3. 4-5
*Dichosos los que temen al Señor*
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás, dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.
Segunda Lectura
Colosenses 3, 12-21 *La vida de familia vivida en el Señor*
Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Palabra de Dios.
Meditación
Desde una perspectiva cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible: ser una comunidad de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás con una total sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último lugar da San Pablo, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y mentalidad de la época, la exhortación a la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es algo realmente básico para la familia de nuestro tiempo.
En Cristo, Dios convoca a su pueblo y a su familia. Es un pueblo en el que ya no hay diferencias entre esclavos y libres, gentiles y judíos, mujeres y hombres..., pues todos somos hermanos en JC que es el Primogénito del Padre. Somos un pueblo "santo", es decir, separado por Dios y para Dios. Pero esta santidad objetiva que todos recibimos en el bautismo al ser constituidos en hijos de Dios, exige la santificación de cada uno de nosotros y la edificación de la comunidad. La comunidad, esto es, la convivencia de los creyentes, se construye si todos ellos procuran tener los mismos sentimientos que Cristo y se revisten de misericordia entrañable, de bondad, de humildad... Pablo señala cinco virtudes fundamentales para la convivencia y las contrapone a otros tantos vicios que la impiden y de los que es preciso despojarse (cf. v. 8). Pero el Apóstol sabe muy bien que siempre habrá pegas y pecados en la vida comunitaria. Por eso será siempre necesario el perdón. También en esto debemos ser imitadores de Cristo, el Señor, que a todos nos ha perdonado. El perdón de Cristo es el fundamento y el motivo del perdón que nos debemos los unos a los otros. El amor es lo que da coherencia y perfección a todas las virtudes. Es también lo que mantiene a todos en la unidad, y la culminación de la vida comunitaria. Sólo cabe desear ahora que los fieles, bien trabados como un solo hombre, reciban la paz a la que han sido convocados. Cristo es "nuestra paz" (Ef 2. 14). Él habita por la fe en el corazón de cada creyente y, por lo tanto, en el corazón de la comunidad. Es aquí donde ejerce su arbitraje, donde engendra y defiende la buena convivencia. Pero Cristo es "aquella paz que el mundo no puede dar", la paz que Dios nos concede graciosamente. Por eso la deseamos y la pedimos, por eso damos gracias a Dios cuando la recibimos.
CONTINÚA EN LA PARTE 2
|