Quiero escribir unas líneas sobre mi mejor amigo. Soy afortunado. Tengo amigos. Pero que ninguno se ofenda; hay uno que es especial. Ha hecho cosas increíbles por mí:
Cuando estuve angustiado, venía a buscarme, se metía en mi cuarto y, con paciencia, me escuchaba, me daba siempre alguna buena razón para salir. Me ha enseñado a no discriminar a los demás. Lo he visto abrazar, juntarse, tener conversaciones apasionantes con personas a las que yo habría evitado. Tiene una riqueza incalculable, pero aún así ha vivido siempre al servicio de los demás. Enfocado en su misión, lo han difamado con todo tipo de barbaridades, pero su amor estuvo por encima del dolor personal. Me cuidó cuando estuvo enfermo y participó de mi curación. Pagó deudas mías y nunca me lo echó en cara. Creyó en mí cuando mi autoimagen no pasaba por el mejor momento. Me lanzó visiones y desafíos que nunca imaginé llegar a concretar. No deja de asombrarme como siempre le da una oportunidad más al otro, siempre sigue creyendo que puede cambiar y convertirse en alguien mejor. Hablando del tema, ¡aunque me falte tanto!, me ayudó a ser mejor persona. Aunque a veces me olvide de él, siempre estará dispuesto a acompañarme a cualquier lugar. Y me ayudó a resolver de raíz el tema de la culpa. ¿Quién no quisiera tener un amigo así? Yo lo tengo.
Ah…, por estos días, supuestamente se habrá de recordar su muerte y su resurrección. Sí, así es mi amigo. Lo da todo. Presentarlo sólo como un gran maestro es lo mismo que negar su esencia. Jesús sólo puede darte todo lo que ya me ha dado si lo puedes ver como Salvador. Verlo como un maestro es lo mismo que comerte el tarro de dulce de leche, en lugar de saborear el dulce de leche mismo. ¡Celebro en este día la amistad con Jesús, mi amigo fiel
Gustavo Bedrossian.
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