La consagración: un altar
y una tienda
"Pues si vivimos para el Señor vivimos; y si morimos, para el
Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos,
del Señor somos" Romanos 14:8.
A pesar de decirle al Señor que todo lo somos y tenemos es
para Él, podemos olvidarnos a los pocos días. Pero Aquel que
nos llamó nunca olvida. Él tiene una memoria excelente. A
menudo Él vendrá a nosotros y nos recordará lo que le
dijimos. Él podrá decir: "¿No te acuerdas de lo que me dijiste
aquel día?". No entendía el significado de lo que prometió. Le
damos gracias a Dios porque no entendimos eso cuando lo
hicimos. No entendimos cuánto nos comprometimos con Dios
al pronunciar una sola frase. Ella nos ató. Él es Dios. Él es el
que llama, y nosotros somos los llamados. Todo es Suyo. Aún
cuando queremos enloquecernos por Él, dentro de nosotros
no tenemos ganas de hacerlo. Pero cuando Él se nos aparece,
no enloquecemos y decimos: "Oh Señor, todo es Tuyo. Tómalo.
Señor, haz lo que quieras. Te lo ofrezco todo". La enseñanza
no es lo que conduce a la gente a consagrarse al Señor; es la
aparición del Señor lo que motiva a hacerlo. Si podemos
ayudar a la gente a encontrar a Dios y avenir a Su presencia,
eso será suficiente. No necesitamos que se consagre a Dios
ni que se ofrezca sobre el altar. Cuando Dios se aparezca al pueblo, nada les podrá impedir que se consagrarse. Dirán espontánea y
automáticamente: "Señor, todo es Tuyo. De ahora en adelante te
lo entrego todo.