¨Jesús iba predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades¨. Lucas 8:1-3.
Así es el grupo de Jesús: Un grupo de pecadores perdonados, que ya no pueden vivir sin él. Su vida se ha convertido en una entrega a Jesús y su obra, que ha dado todo por ellos. Los perdonados se convierten en apóstoles. Jesús vivía para comunicar su Evangelio, su Salvación, a todos los que eran capaces de preguntar y que en El encontraron una respuesta más grande de la que esperaban.
La Iglesia sigue siendo el ¨grupo¨ de Jesús: Somos el grupo de pecadores perdonados, que ya no podemos vivir sin él. Pero, no sabremos nada de Dios mientras no nos atrevamos a creer que somos queridos sin merecerlo o, más bien, que sí lo merecemos, porque es su propio amor el que, al envolvernos, nos hace buenos y valiosos y queribles.
No es más que un ídolo ese Dios que nos acecha con la balanza en la mano para pesar nuestras acciones. Podemos confundirnos como se confundió Israel; pero, sí un día nos sentimos envueltos en un perdón que borra hasta el recuerdo de nuestras culpas y nos devuelve la inocencia perdida; si sentimos que nuestras heridas más hondas comienzan a curarse y respiramos en un espacio abierto; si de pronto nos encontráramos fuera de la fosa en la que habíamos caído una vez más y fuera de la convicción fatal de que no tenemos remedio; si el que hace eso con nosotros, en vez de reprocharnos nuestros fallos, ¨nos corona de gracia y de ternura¨(Salmo 103), entonces estamos haciendo la experiencia del Dios de Israel, del Padre de Jesús.
Reconozcamos agradecidos y humildes lo que Dios hace por nosotros, y vivamos para hacer su voluntad.
Del Salmo 48: Dichosos los pobres de espíritu.