LA CONFESION...
Otro elemento de la verdadera oración es la confesión. No quiero que los cristianos piensen que cuando digo confesión me refiero a los no convertidos. Los cristianos tenemos muchos pecados que confesar.
Si volvemos a las Escrituras, veremos que los hombres que han vivido más cerca de Dios y han tenido más poder en Él eran los que confesaban sus parados y fracasos. Daniel confesó sus pecados y los de su pueblo (9:3-19). Sin embargo, no se nos dice que hubiera nada en contra de Daniel. Era uno de los hombres mejores, entonces, sobre la faz de la tierra, y a pesar de ello hace una de las confesiones de pecado más profundas y humildes de que se tiene memoria.
Brooki, refiriéndose a la confesión de Daniel, dice: «En estas palabras tenemos siete circunstancias que Daniel usa en la confesión de sus pecados y los del pueblo; y todas para hacerlos resaltar y agravarlos. Primero: "Hemos pecado"; segundo: "hemos cometido iniquidad"; tercero: "hemos obrado perversamente^'; cuarto: "hemos sido rebeldes"; quinto: "nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas"; sexto: "no hemos obedecido a tus siervos los profetas"; séptimo: "ni nuestros príncipes ni todo el pueblo de la tierra". Estos siete agravantes que Daniel acumula en su confesión son dignos de la consideración más seria».
Job era, sin duda, un hombre santo, un príncipe poderoso y, con todo, tuvo que postrarse en el polvo y confesar sus pecados. Así vamos hallando a lo largo de las Escrituras. Cuando Isaías vio la pureza y santidad de Dios, y se vio a sí mismo tal como era, exclamó: «¡Ay de mí, ay de mí! que estoy muerto; porque siendo inmundo de labios...» (Isaías 6:5).
Creo firmemente que la Iglesia de Dios tendrá que confesar sus propios pecados antes de que pueda tener ninguna gran obra de gracia. Ha de haber una obra más profunda entre el pueblo creyente en Dios. Y a veces pienso que sería hora de predicar a los que profesan ser cristianos en vez de predicar a los impíos. Si tuviéramos un nivel de vida más elevado en la Iglesia de Dios, serían a millares los que acudirían al Reino. Así era en el pasado; cuando los hijos de Dios se volvieron de sus ídolos y de sus pecados, el temor de Dios cayó sobre el pueblo. Mira la historia de Israel y hallarás que cuando apartaron sus dioses extraños, Dios visitó a la nación, e hizo en ellos su poderosa obra de gracia.
Juicio de pecado en la Iglesia
Lo que queremos en estos días es un avivamiento verdadero y poderoso en la Iglesia de Dios. Tengo poca simpatía con la idea de que Dios va a llegar a las masas a través de una iglesia formal y fría. El juicio de Dios ha de empezar en nosotros. Ya vimos que cuando Daniel consiguió la maravillosa respuesta a la oración que se relata en el capítulo 9, estaba confesando su pecado. Este es uno de los mejores capítulos sobre la oración en toda la Biblia:
Leemos: «Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo, Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios, por el monte santo de mi Dios; aún estaba hablando en oración, cuando Gabriel, el varón a quien había visto en la visión al principio, vino a mí volando con presteza, como a la hora del sacrificio de la tarde. Y hablando conmigo, me hizo comprender, diciendo: "Daniel, he salido ahora para ilustrar tu inteligencia"» (Daniel 9:20-23).
Lo mismo cuando Job confesaba su pecado: Dios le restauró y escuchó su oración. Dios ya a escuchar nuestra oración y nos restaurará cuando hayamos tomado el lugar que nos corresponde delante de Él, y confesado v abandonado nuestras transgresiones.
Fue cuando Isaías clamó ante Dios: «Estoy muerto», que vino la bendición; el carbón encendido que estaba en el altar fue puesto sobre sus labios; y escribió uno de los libros más maravillosos que ha conocido el mundo. ¡Qué bendición ha sido para la Iglesia!
Fue cuando David dijo: «¡He pecado!», que Dios le mostró su misericordia. «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad». Dije: «Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo 32:5). David hizo una confesión muy similar (Salmo 5:3, 4) a la del hijo pródigo que vemos en Lucas 15: «Porque yo reconozco mis delitos, y mi pecado está siempre delante de mí. ¡Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus OJOS!». No hay diferencia entre el rey y el mendigo cuando el Espíritu de Dios entra en el corazón y redarguye de pecado.
Richard Sibbes dice de la confesión: «Ésta es la manera de dar gloria a Dios: cuando hemos abierto nuestras almas a Dios y acumulado contra nosotros todo cuanto el diablo podría decir, puesto que hemos de pensar que el diablo pondría todo aquello a nuestro cargo en la hora de la muerte y el día del juicio. El diablo nos acusaría de todo aquello, así que acusémonos nosotros, como él haría antes de poco. Cuanto más nos acusamos y nos juzgamos, y ponemos un tribunal en nuestro corazón, más segura se seguirá una paz increíble. Jonás fue echado al mar, y el barco se quedó tranquilo; Acán fue apedreado, y terminó la plaga. Fuera Jonás, y fuera Acán; y habrá paz y calma en nuestra alma. La conciencia obtendrá un gran refrigerio y solaz.
»Ha de ser así; si Dios ha de ser honrado, la conciencia ha de ser purificada. Dios es honrado por la confesión de todos los pecados de cualquier clase que sean; esto hace honor a su omnisciencia, pues Él lo ve todo: ve todos nuestros pecados y escudriña nuestros corazones, y nuestros secretos no están escondidos de El. Honra su poder. ¿Qué nos hace confesar los pecados, sino el temor a su poder, que puede ejecutarnos? Y ¿qué nos hace confesar los pecados, sino el saber que hay misericordia en Él para que pueda ser temido, y que hay perdón de los pecados en Él? No confesaríamos los pecados de otra forma. Con los hombres después de la confesión viene la ejecución; pero con Dios después de la confesión viene la misericordia. Es el modo en que Él muestra su disconformidad. Nunca confesaríamos nuestros pecados si no fuera por la misericordia. Así que honra a Dios; y cuando Él es honrado, Él honra al alma con paz y sosiego.»
Thomas Fuller dijo: «El que el hombre confiese su debilidad es la única rama sobre la que Dios puede injertar la gracia de su ayuda».
Moody