La
noche cuando el vapor "Princes Alice" chocó con el "Bywell Castel", a
causa de una densa niebla, y seiscientos excursionistas perecieron de
los novecientos o más que iban a bordo, dos barqueros estaban amarrando
sus barcos. Al oír el estallido y los gritos uno de ellos dijo: "Estoy
cansado, me voy a casa, nadie me verá en la niebla".
Los
dos tuvieron que comparecer en la investigación del caso. Interrogado
el primero si había oído los gritos contestó que sí. Vuelto a ser
interrogado qué había hecho contestó: --Nada señor. -- ¿No está
avergonzado? A lo que contestó:--Señor, la vergüenza nunca me dejará
hasta que muera.
Interrogado
el otro qué había hecho contestó: --Salté al barco y remé con todas mi
fuerzas hacia el barco náufrago. Atesté mi bote de mujeres y niños, y
cuando ya era peligroso tomar otra más, me fui remando con este grito:
¡Oh, Señor, quién tuviera un barco más grande! ¡OH, SEÑOR, QUIEN TUVIERA
UN BARCO MÁS GRANDE!".
Podemos
imaginar las palabras dirigidas a estos dos hombres, cuán distintas
habrán sido. ¡Oh, que cada lector pueda hacerse un examen delante de
Dios y a la luz de su presencia pueda darse cuenta de cómo está
aprovechando el tiempo tan precioso que él nos da! Y una santa compasión
por las almas perdidas inunde todo nuestro ser, y desde hoy resuelva
ponerse a entera disposición del Señor para un servicio más eficiente
que honre a nuestro Dios y nos produzca más gozo.