Imaginémonos
que yo enviase a mi hijito de cinco años al colegio mañana por la
mañana, y cuando estuviese de vuelta a la tarde le dijese:
--Guillermo, ¿sabes leer?
¿sabes escribir? ¿conoces la ortografía? ¿entiendes el álgebra, la
geometría, el hebreo, el latín y el griego?
Sin duda el chico me
miraría y me diría: --Pero papá, ¡qué manera tan extraña de hablar! He
estado todo el día tratando de aprender las letras A, B, y C.
Y si yo a eso le respondiera: ---Si no has terminado tu aprendizaje, no te envío más al colegio –todos diríais que estoy completamente loco.
Es así que la gente habla acerca de la Biblia. Aquellos
que la han estudiado durante cincuenta años no han llegado a
profundizarla. Hay verdades en la Biblia que la Iglesia de Dios ha
estado escudriñando durante mil novecientos años, pero ningún hombre ha
llegado a agotar esta fuente siempre viva, ni a sondear sus
profundidades.
Por D.L. Moody