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De: marta-vargas (Mensaje original) |
Enviado: 10/04/2020 11:56 |
Primera palabra “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (San Lucas 23:34)
Todas las personas mueren. Unos mueren blasfemando, otros mueren en
desesperanza y con temor. Otros mueren orando. Las últimas palabras de
una persona, pueden ser palabras de juicio, condenación, blasfemia,
desespero, miedo, derrota. Más también, las últimas palabras pueden ser
de libertad, bendición, esperanza consuelo y victoria. Los últimos
gestos y palabras de una persona, revelan como una huella de carácter
permanente, lo que la persona hizo con su vida. Cristo desde lo alto de
la cruz, pronuncia siete palabras de bienaventuranza y vida. Después de
guardar silencio por el gran sufrimiento y rechazo que tuvo que
soportar, su primera palabra es de perdón: “Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen”.
El lugar del Calvario en el Gólgota, era
el escenario. Unos se burlaban de Jesús: “Si eres el Hijo de Dios, baja
de esa cruz”, Otros estaban al pie de la misma echando suertes sobre su
única posesión, su túnica. Mientras los judíos y romanos lo maldecían y
blasfemaban, otros a lo lejos, que eran sus seguidores, contemplaban con
miedo a ser identificados el sufrimiento de su Maestro. Jesús frente al
insulto y la burla, oraba. Al insulto, Jesús respondía con la oración.
Al odio, respondió con amor. A la venganza, con perdón. Padre, ésta es
la primera palabra que Jesús pronuncia, después del largo silencio,
después de las injusticias del Sanedrín, de Herodes, de Pilatos. El
Padre es quien lo envió al mundo para realizar la obra de la
reconciliación.
¡Que diferentes somos los cristianos! Con que
facilidad perdemos la confianza en Dios, cuando viene sobre nosotros
alguna prueba. Muchas veces le reclamamos a Dios, cuando las cosas no
salen como nosotros queremos y estamos listos para murmurar contra
nuestro Dios y Padre: No son raras las veces, en que hacemos como el
profeta Jeremías, que acusamos a Dios diciendo “ que en el furor de su
ira actuó como un adversario, como un enemigo, como un oso, como un león
que tiende una emboscada” (cf Jer 12). Sigamos a Cristo, orando a favor
de quienes nos persiguen y nos maltratan, sabiendo que ¡Dios es nuestro
Padre!
Mientras Jesús derrama su sangre, suplica por
clemencia y misericordia, gracia y perdón: “¡Padre perdónalos!”: Cristo
sabe que Dios castiga a los que profanan, blasfeman y toman en vano su
nombre. Dios abrió la tierra para que esta se tragara a la tribu de
Coré. Carbonizó a los soldados que criticaban al profeta Elías. Envió
osos para que devoraran a los 42 jóvenes que ridiculizaban al profeta
Eliseo. ¿Qué castigo les esperaba a aquellos que se burlaban y
blasfemaban del Hijo de Dios?. Por eso Cristo clama al Padre:
“Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Cristo ora por los soldados
que le azotaron, por aquellos que clavaron sus manos y sus pies, por los
sacerdotes y principales del Sanedrín, por los príncipes y ancianos,
por Pilatos, Herodes y por aquellos que gritaban: “Crucifícalo”, oraba
por los discípulos que huyeron despavoridos. Cristo ora e intercede a
favor de todos los seres humanos. El también ora a favor nuestro: “Padre
perdónalos”
Señor, gracias por perdonar nuestros pecados y transgresiones.
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Segunda Palabra.
“De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso” (San Lucas 23:43)
Jesús en la cruz, le quedan muy pocos minutos de vida. ¿Qué harías tú sabiendo que te quedan unos pocos minutos de vida?
Uno de los malhechores que estaba al lado de Jesús, le quedan muy
pocos minutos antes de morir, tiene una petición a Jesús: Señor,
acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (v.42) Y Cristo pronuncia
su segunda palabra desde lo alto de la cruz: “De cierto te digo, que hoy
estarás conmigo en el paraíso”
¿Quién es el hombre que implora:
“Jesús, acuérdate de mi”?. Ignoramos su nombre. Sabemos que era un
malhechor, un ladrón, un bandido… Tal vez formaba parte de una cuadrilla
de salteadores que se encontraban en las montañas. Tal vez era
conspirador, un revolucionario que luchaba contra el Imperio Romano, un
zelote. Sus actos lo llevaron a la muerte en la cruz. Y ahora, está al
lado de Cristo suplicando: Señor, acuérdate de mi”: Al hacer esta
petición, este hombre ya no era el mismo de antes. Con toda seguridad
escuchó y vio todo lo que pasó con Jesucristo en Jerusalén. En el camino
del calvario, vio el sufrimiento de Hombre Justo y sin pecado. Las
palabras que Jesús dirigió a las mujeres de Jerusalén. Escucharía
también, la primera palabra de Jesús: “Padre perdónalos porque no saben
lo que hacen”. Y la Palabra de Dios, que no regresa vacía, hace eco en
la vida de aquel agonizante hombre. Se arrepiente de sus pecados, y en
seguida la súplica por su salvación:¡ “Jesús, acuérdate de mi”!
Cristo, escuchando el clamor de un pecador arrepentido, no establece
condiciones, ni la enumeración de sus pecados, ni penitencia, sino que
con toda solicitud y prontitud atiende la súplica: “Acuérdate de mi” y
le responde de inmediato: “De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en
el paraíso”. ¡Cuanto amor, bondad, y misericordia hay en Jesús!
¡Qué diferencia tan grande con el sistema religioso – filosófico-
medieval tomista, que esclavizó y sumergió a la Iglesia en las
tinieblas en cuanto, a la confesión, absolución y penitencia! En las
palabras de Jesús, no existe exigencia de la “enumeración de pecados”,
“ni penitencia post absolución”, “ni sistemas de indulgencias pagas por
el penitente”, “ni purgatorio” y mucho menos, “misas de intercesión por
los difuntos”, “para sacarlo del purgatorio”. Los pecados de este
hombre, que eran muchos, habían sido perdonados por completo” (Sal
32:1). El sacrificio vicario de Jesucristo, canceló totalmente la deuda
que había de nuestro pecado y enemistad contra Dios, a través del
“derramamiento de su preciosa sangre y su inocente pasión y
muerte”.(Lutero). El perdón que Jesús da al pecador arrepentido desde la
cruz, es un perdón completo e incondicional. Es un perdón de pura
gracia dado por Dios, que viene a consolar a un corazón que en
arrepentimiento y fe, confiesa su pecado y confía en la pura palabra de
Cristo, su Evangelio. No exige nada, ni de él, ni de sus deudos o
familiares si es que estaban cerca. Jesús no exige nada este hombre, ni
de ningún otro hombre, porque las puertas de la eternidad estaban
abiertas de par en par para él, y El lo pagó todo, absolutamente todo.
Es por pura gracia, sin méritos y/o ninguna obra humana.
Cristo perdona a este pecador que viene a él arrepentido, confesando
sus pecados, y le da perdón completo, consuelo, paz, felicidad, gozo, y
la certeza de tener vida eterna ,que viene de la confianza en su muerte
y resurrección. Así también lo hace con nosotros, cuando confesamos
nuestros pecados y recibimos la absolución de Dios por parte del
ministro que escucha nuestra confesión, así como también recibimos la
absolución en el culto público o Misa. Hay gran alegría y saberse amado y
perdonado por Cristo. Ven a Cristo que te llama con su mirada amorosa y
su Evangelio: Y así, si en la hora de la muerte suplicas: “ Jesús
acuérdate de mi”. El te dirá: “De cierto te digo, que hoy estarás
conmigo en el paraíso”.
Señor. Gracias porque tienes compasión de mi, y me das completo perdón, paz y gozo. Amén.
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Tercera Palabra:
“Mujer, he ahí a tu hijo… He ahí a tu madre”. (San Juan 19:26, 27)
Sufriendo sed, con los clavos rasgando los puños y los pies, sintiendo
el ardor de los azotes y la corona de espinas clavadas en la cabeza,
Jesús ve a su buena madre, entre la multitud que estaba agolpada
frente a él. Cargando con las transgresiones e iniquidades de todos los
seres humanos, Cristo se acuerda de su madre. “ Mujer, he ahí a tu
hijo”. Amor profundo, sublime eterno, sublime y divino que el Dios hecho
hombre demuestra a esta dulce mujer, que lo envolvió en pañales al
nacer en Belén, que lo apretó en los brazos para huir de la espada de
Herodes que quería matarlo muy pequeño, que después de tres días de
búsqueda, lo reprendió cuando lo encontró en el templo de Jerusalén,
que lo recomendó en las Bodas de Caná de Galilea, que había “guardado
todas las cosas que habrían de venir en su corazón”, se encuentra ahora
al pie de la cruz. Es María, su madre.
Cuanto dolor hay en la
vida de esta madre. Su único hijo, que tanto bien hizo al pueblo, ahora
está colgado y crucificado en una cruz. Temblorosa, con los ojos
bañados de lágrimas, llena de dolor, se siente también abandonada y
desamparada, aguarda una última palabra de su hijo. Y Jesús viendo y
sintiendo el dolor de su madre le dice: “Mujer, he ahí a tu hijo”
Después mirando a Juan “el discípulo amado” le dice: “He ahí a tu
madre”.
Este es el testamento de Jesús. Juan tiene en María
una segunda madre. María tiene en Juan un segundo hijo, un hogar donde
pasaría sus últimos días y un hombre que cuide de ella. El evangelista
concluye diciendo: “Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su
casa.
Cristo cumple por nosotros el cuarto mandamiento:
“Honra a tu padre y a tu madre”. El libro de Proverbios nos exhorta: “No
desprecies a tu madre cuando la veas envejecer”. Aún en medio del
dolor, el sufrimiento y la muerte, Cristo amparó a su discípulo y a su
madre. En el día de hoy, él nos ampara : “Invócame en el día de
angustia; yo te libraré, y tú me honrarás”. (Sal 50:14). El apóstol nos
exhorta: Confíen en él toda vuestra ansiedad, porque él tiene cuidado de
vosotros”. Aún dentro de la gran multitud, Jesús no se olvida de ti.
“Pon tu vida al cuidado de Dios, confía en él y él vendrá en tu ayuda” (Sal 37:5)
Señor Jesús, ampara a este pobre hijo tuyo. Amén.
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Cuarta Palabra:
“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?” (San Mateo 27:46)
¿Quién puede escudriñar la longitud y profundidad de este grito de
abandono del Salvador? ¿Cómo comprender el misterio que engloba este
grito desde lo alto del Calvario?. Son palabras insondables, que van
mucho más allá de toda comprensión humana. Son palabras que revelan la
gravedad de los pecados de la humanidad en los cuales están incluidos
tus pecados y los míos, y también revelan la profundidad del amor de
Dios.
Sintiendo y asumiendo el peso de los pecados de toda la
humanidad, Cristo siente el rigor de la soledad y el abandono de Dios.
Cristo es abandonado. Cristo lucha por la redención de la humanidad,
aunque no cometió pecado alguno. Cristo carga sobre sí, los pecados de
todos los seres humanos, y se hace así el mayor de todos los pecadores
“Aquel que no cometió pecado, se hizo pecado por nosotros para que
fuésemos justicia de Dios en él”. Por eso el Padre aparta su rostro de
Jesús, y Jesús es abandonado de Dios. Sintiendo los horrores del
infierno y el aguijón de la muerte, Jesús exclama: “Dios mío, Dios mío,
¿Por qué me has desamparado?. Aunque este es el único pasaje de la
Escritura en que Jesús no llama a Dios como Padre, sino Dios mío, él no
pierde su confianza en el Padre. Jesús no desespera de sí, sino que
encomienda su causa a quien lo envió, y encomienda su causa al Padre.
Dios
mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? No es un abandono aparente o
ficticio, sino real y verdadero. No fue un momento de debilidad o de
tentación, sino un real abandono del amor y la misericordia de Dios. No
fue una ruptura o separación entre el Padre y el Hijo, más el Padre que
es Santo, privó al Hijo en aquel momento, del amor, consuelo, gracia y
misericordia, ya que llevaba sobre sí la culpa y el pecado de todos los
seres humanos, que lo enjuiciaban y lo hacía reo de muerte. Dice el
profeta Isaías: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió
nuestros dolores; y nosotros lo tuvimos por herido de Dios y abatido.
Mas él, herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados;
el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se
apartó por su camino; mas Yahvé cargó el pecado de todos nosotros.
Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al
matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no
abrió su boca” (Isaías 53:4-7)
Cuando alguien nos pregunte:
¿Por qué Cristo exclamó “Dios mío , Dios mío, por que me has
abandonado?” Podremos responder entonces, sin excluirnos
diciendo:”Fue por nuestra culpa y por nuestro pecado, que motivamos su
gran dolor”. Y entonces recordarás agradecido que fue por este abandono
de Dios que recibió Jesucristo, que ahora tú estás amparado por la mano
poderosa de nuestro amado Padre celestial.
¡Cristo autor de mi vida De la muerte vencedor Que por ansias sin medida, E incomparable dolor. Mi muerte tú aniquilaste Y mi vida rescataste Agradecido soy por tanto amor. Mi bendito Redentor! ¡Amén.!
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Quinta Palabra
“Tengo sed” (San Juan 19:28)
Los pies que llevaban a Jesús por las plazas, las calles, los lagos,
las sinagogas y hacia el templo… están inmóviles, están perforados por
largos clavos. Las manos de Jesús, que cargaron a tantos niños, señalaba
a los muertos para que salieran de sus sepulturas, manos que abrían los
ojos a los ciegos, daba oído a los sordos, bendecía a los pobres, y
confortaba a los abatidos, estas manos estaban presas y clavadas en el
“madero de la maldición”. Los labios de Jesús, que proferían bendición,
perdón, vida, consuelo y salvación, están secos y pálidos. “He sido
derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón
fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se
secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar y me has puesto en el
polvo de la muerte” (Sal 22: 14,15) Avanzada la tarde, el rigor del
dolor crece, los clavos, de la corona de espinas y la asfixia que
produce estar colgado en una cruz, Jesús tienen sed. Jesús tiene sed
de ver que la justicia de Dios se cumple en él. El es el
“Bienaventurado que tiene hambre y sed de Justicia” La Justicia de Dios
es sobre El, para que El sea nuestra justicia.
“Seca está de sed
su lengua; yo Yahvé los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé.
En las alturas abriré ríos y fuentes en medio de valles; abriré en el
desierto estanques de aguas y manantiales de aguas en la tierra seca.
Daré en el desierto cedros acacias, arrayanes y olivos; pondré en la
soledad cipreses pinos y bojes juntamente, para que vean y conozcan, y
adviertan y entiendan todos, que la mano de Yahvé hace esto, y que el
Santo de Israel lo realizó” (Isaías 41:17b-20)
Recuerda que
Jesús tuvo sed. Es plenamente hombre. Tuvo sed por todos nosotros. La
sed de ser reconciliado por Dios. Jesús tuvo sed de ser el instrumento
de reconciliación de Dios con nosotros. La sed que nosotros no tuvimos
por la sequedad de nuestro pecado, Jesús la asumió sobre si.
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Sexta Palabra
“¡Consumado es!
“ “ ¡Todo está cumplido!”Jesús bebió del vino agrio y dijo: Todo está
cumplido.(San Juan 19:30) Los acontecimientos que completan el cuadro
del sufrimiento y de la muerte de Jesús se llevaron a cabo por la
incomprensión humana. En los días de hoy, la razón humana cuestionan la
realidad de las palabras del texto bíblico: “Jesús dijo todo está
cumplido. Luego inclinó su cabeza y murió”. ¡Consumado es!. Esto
significó para el “padre de la mentira”, sus ángeles y seguidores creer
que tenían la victoria sobre el Hijo de Dios. Para los propios
discípulos, la muerte de Jesús representó momentáneamente derrota,
fracaso y decepción. Ellos tampoco habían comprendido que las palabras
de Jesús: “¡Consumado es!” era un anuncio y proclamación de la
victoria total y definitiva de Dios sobre Satanás, de la vida sobre
la muerte y del cielo sobre el infierno.
La salvación estaba
completa. El Salvador podía morir en paz pues la misión que le había
sido encomendada por su Padre, fue cumplida en su totalidad.
¡Consumado es!. Consumada estaba su obra redentora que libertó a toda
la Creación, que gemía y perecía bajo los relámpagos de la Ley que
afirma que: “el salario del pecado es la muerte” (Romanos 6:23). Más
Jesús no cometió ningún pecado. “Cristo no cometió pecado alguno; pero
por causa nuestra, Dios lo trató como el pecado mismo, para así, por
medio de Cristo, liberarnos de culpa. (2 Corintios 5:21)
¡Consumado es! Significa que Cristo hizo todo por nosotros, por pura
gracia y misericordia. La humanidad entera estaba rescatada de la
condenación del infierno. Consumada está su salvación.
En el
momento de la muerte de Cristo, el velo del templo de Jerusalén se rasgó
en dos partes, vino tal oscuridad sobre la tierra a plena luz del día,
la tierra se estremeció desde sus profundidades y hubo un gran
terremoto, hizo que las rocas se despedazaran y se abrieron muchas
tumbas y muchos resucitaron de entre los muertos. Todo eso sucedió según
el testimonio de los Evangelios, para anunciar que una nueva era, un
nuevo orden comenzó para la humanidad: Cristo pagó con su muerte en la
cruz, el rescate de toda nuestra deuda con Dios.
Confiemos
también en esta promesa del Salvador: “tus pecados te son perdonados; tu
fe te salvó, vete en paz” ( San Lucas 7: 48,50 )
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Séptima Palabra.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (San Lucas 23:46)
Muerte, Cristo murió. El hombre tiene miedo de la muerte. Muchos poetas
y escritores hacen referencia a la muerte de manera sombría y muchas
veces con desesperanza e incertidumbre. El pecado es el aguijón que
atemoriza al hombre. El pecado es la causa de la muerte y el que causa
el temor en las personas a afrontarla.
Cristo murió. Fue
sepultado. Murió por causa de los pecados de toda la humanidad. No fue
porque él haya pecado, ya que, “Jesús nunca pecó ni hubo engaño en su
boca”.
La muerte de Jesús fue horrorosa y cruel. Sufrió
dolores que no se pueden imaginar. Fue engañado y vendido por uno de sus
discípulos, recibió un juicio injusto. Sudó gotas de sangre en el
huerto de Getsemaní, fue azotado sin clemencia, fue clavado en una cruz y
recibió en la cabeza una corona de espinas. Más el momento de su muerte
fue sublime y bello, lleno de gran paz.
Consumada estaba la obra
de la redención, consumados todos los sufrimientos. Cristo eleva sus
ojos al cielo y dice: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Cristo sabe como morir. Sabe entregar su vida en las manos amorosas de
Dios Padre.
Las personas que están cercanas a la cruz, se dan
cuenta a través de estas palabras quien es Jesús. El centurión romano
puede decir: “verdaderamente , este era un hombre justo” y los que
observaban a Jesús comenzaron a “darse golpes de pecho”, después de
escuchar esta última palabra.
También nosotros moriremos, tú
morirás. ¿Cómo será tu muerte? ¿Dónde encontrarás la respuesta y
descanso a tu muerte . ¡En La muerte de Cristo!. También, cada uno de
nosotros, gracias a la muerte expiatoria de Cristo, tiene en Dios un
Padre bondadoso y misericordioso. También tú puedes tener una bella
muerte como la de Cristo. Esteban siguió el ejemplo de su Salvador
diciendo: Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu. Juan Huss,
reformador en Bohemia unos cien años antes de Lutero, antes de morir
quemado en hoguera dijo cantando “Señor Hijo de David, ten misericordia
de mí”. Lutero aprendió de Jesús el arte de una bella muerte cuando oró
así: “Oh Padre celestial, aunque yo deje este cuerpo, deje esta vida, yo
se que estaré con Jesús para siempre. Recibe en tu seno mi pobre alma”.
Ten presentes las palabras que el Señor tu Dios te da, confía tu vida a
sus cuidados, así cuando llegue la hora del encuentro definitivo,
podrás decir con toda seguridad como dijo el salmista: “Aunque ande en
valles de sombra y de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás
conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Sal 23).
Conserva pues, el regalo que Dios te da, y en la hora de la muerte di con Jesús: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Llegando a la fría muerte Conmigo ven a estar. Con un vencedor tan fuerte, En paz voy a descansar. Por mí sufriste tanto, Y no me vas a dejar. Amén
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