Después
de que los monjes caminaron otro tramo, el segundo monje empezó a
quejarse. "Mira mi ropa," dijo, "Esta toda sucia por haber cruzado a esa
mujer por el río. Y mi espalda todavía me duele por haberla cargado.
Siento que se me esta acalambrando." El primer monje simplemente sonrió y
asintió con su cabeza.
Un poco
más adelante, el segundo monje se quejó otra vez, "Mi espalda me duele
tanto, y todo es porque tuvimos que cargar a esa loca mujer para cruzar
el río! No puedo seguir adelante por el dolor." El primer monje miró a
su compañero, que ya estaba tirado en el suelo quejándose y le dijo "¿Te
has preguntado porqué yo no me estoy quejando?" "Tu espalda te duele
porque todavía estás cargando a la mujer. Pero yo ya la bajé varios
metros atrás."
Así es
como somos muchos de nosotros cuando tratamos con nuestras familias.
Somos como el segundo monje que no lo puede dejar ir. Queremos hacerles
saber el dolor que todavía sentimos por algo que ellos hicieron en el
pasado. Cada vez que podemos se los tratamos de recordar. – Dr. Anthony
T. Evans, Guiando a tu familia en un mundo mal aconsejado.