Una hermosa niña de quince años se enfermó repentinamente, quedando casi ciega y paralizada. Un
día escuchó al médico de cabecera, mientras le decía a sus padres:
--Pobre niña; por cierto que ha vivido ya sus mejores días.
--No,
doctor –exclamó la enferma--, mis mejores días están todavía en el
futuro. Son aquellos en los cuales he de contemplar al Rey en su
hermosura.
Esa es nuestra esperanza. No seremos aniquilados. Cristo resucitó de entre los muertos como garantía de que nosotros también resucitaremos. La resurrección es el gran antídoto contra el temor de la muerte. Nada puede reemplazarla. Las riquezas, el genio, los placeres mundanales, no nos pueden traer consuelo en la hora de nuestra muerte. El
Cadernal Borgia exclamó al morir: --¡En mi vida me he preparado para
todo menos para la muerte y ahora, ¡Ay, de mí! No me encuentro listo!.
Comparemos estas palabras con las de uno de los primeros discípulos: “Estoy cansado. Quiero dormir. Buenas noches”. Estaba seguro de despertar en una tierra mejor.
D.L. Moody