Comunidad es Labor
Toda comunidad presupone vida. Nos
consta que hablar de vida es hablar de comunidad, y que no hay vida
salvo en comunidad. Así lo demuestra, por ejemplo, la comunidad que
disfrutan el cangrejo ermitaño y el erizo de mar en el fondo del océano.
Esos famosos cangrejos tienen las espaldas blandas y delicadas, y se
defienden introduciéndose en el caparazón abandonado de un caracol
muerto. Pero aun ahí no están al abrigo de los pulpos, aquellas voraces y
peligrosas criaturas de la profundidad, con sus tentáculos capaces de
extraer al cangrejo de su refugio. De ahí que el cangrejo ermitaño se
asocia con el erizo de mar, el cual se adhiere firmemente a la caparazón
en la cual vive el cangrejo. El erizo se agarra tan firmemente con sus
espinosos brazos que parece imposible desalojarlo, y con sus púas
protege al cangrejo ermitaño.
El
cangrejo también contribuye a esta mutualidad. Provee al erizo con la
movilidad que de otro modo no tendría, permitiéndole atrapar a cualquier
presa que cruzara el derrotero del cangrejo. Cada uno comparte con el
otro lo que le sobra. Pertenecen a géneros tan diferentes que no hay
posibilidad de una relación sexual entre ellos. Sin embargo, desde
tiempos remotos su asociación representa la vida en comunidad y la
comunidad del trabajo.
Pero
no hace falta descender a las profundidades del mar para observar otros
ejemplos similares. En las sierras encontramos varias formas de liquen,
hongos que viven en comunidad con algas. Estas dos plantas tan
distintas son incapaces de vivir una sin la otra. No sobreviven sino en
comunidad.
En
las colonias de hormigas o abejas existe una vida comunitaria primitiva
pero intensa, en la cual se sacrifican las obreras en favor de su reina
para asegurar la propagación y el crecimiento de la colonia. Estos
insectos nos muestran a nosotros los humanos algo que hemos perdido en
nuestro afán de progreso: el instinto de preservar la trama social de la
vida y de enfrentar sus desafíos.
Podríamos
citar numerosos ejemplos del reino animal. pero, no hace falta seguir
buscando en la naturaleza más modelos interesantes y extraordinarios, ya
que existe sobre este planeta la comunidad-iglesia compuesta de seres
humanos, de hombres, mujeres y niños. No hace falta recalcar que la
humanidad está dividida; todavía no hemos alcanzado la comunidad global.
Pero la existencia de la comunidad-iglesia es una realidad. Y si
anhelamos entender lo que significa vivir en comunidad, debemos penetrar
en el misterio de la comunidad-iglesia, en su nacer y en su crecer.
Es
una iglesia que no tiene nada que ver con confesiones o sectas. La
iglesia del futuro reino de Dios resulta de imperceptibles vínculos
entre células minúsculas que constantemente renuevan sus lazos unas con
otras, para transformarse en órganos y miembros y, finalmente,
convertirse en un solo cuerpo.
Esta iglesia no se funda por decisiones autoritarias, leyes o reglamentos. Ningún
esfuerzo humano la genera. Ninguna dictadura la crea u organiza. No se
parece en nada a lo que pudiéramos construir con la propia fuerza de
voluntad, por más grande que fuera. Es totalmente ajena a los más
ambiciosos esfuerzos de individuos o grupos con aspiraciones al poder.
Puede llegar a nosotros únicamente como un don gratuito del espíritu de
amor que proviene del Creador.
Por
esta misma razón debemos cuidarnos del falso concepto de que Dios es un
Dios trascendente, alejado de los asuntos materiales y terrenales. La
futura comunidad de vida será un reino de trabajo, aquí en esta tierra.
El trabajo será el vínculo unificador entre las células de la comunidad
humana. El único trabajo que el hombre puede rendir con toda su
alma-labor llena del espíritu, palpitante de vida-deriva del amor. Y no
hay amor que no se convierta en trabajo.
Amores
son labores: ardua labor de músculo y mente, corazón y alma. Por ende,
el reino del amor tiene que ser el reino del trabajo. El trabajo
emprendido con altruismo, animado por el espíritu de hermandad, será la
marca del porvenir, el carácter de la futura humanidad. Trabajo en tanto
que espíritu, en tanto que viviente realidad-una realidad que al
parecer ya todos hemos perdido-trabajo con el fin de unirnos unos con
otros, porque nos impele nuestro entusiasmo y el amor, será la
característica del futuro.
La
humanidad de nuestros días, ¡cuán alejada está de esa clase de trabajo!
Y ya que por ahora tenemos apenas una idea de que esta vida en
comunidad es posible, seguimos agobiados por el pesimismo como por una
sombra del abismo.
Sin
embargo, no se trata de un futuro utópico, fuera de nuestro alcance. Al
contrario, se trata de una realidad, de una iglesia naciente ya en
nuestros días. Dios es. Dios está en todas partes y en todos los
tiempos. Nosotros no podemos crear el Reino de Dios-eso es
imposible-pero sí en cada momento podemos vivir en él. Jesucristo vino para estar a nuestro lado. Y si esto es verdad para cada individuo, ¡cuánto más lo será para el mundo entero!
Estamos
caminando por una cuerda tirante, tendida entre dos mundos. ¡Sigamos
caminando hacia aquel país que añoramos! Si tenemos fe en que el Reino
está por venir, si estamos convencidos de que al final todas las cosas
serán transformadas, pues entonces, ¡vivamos ya ahora de acuerdo al
espíritu de ese porvenir!
Precisamente
ahí está el misterio de la iglesia naciente: que germina y florece
incógnita en medio de nosotros, para que podamos vivir y trabajar hoy y
mañana, aquí y en todas partes, en la comunión del Espíritu. La fe en
Dios y en Jesucristo es la fuerza gracias a la cual esto se realiza.
Donde antes reinaban la alienación y la hostilidad, ahora se descubren
nuevas relaciones entre los hombres, vínculos que resultan en la vida en
comunidad.
Eberhard Arnold