Juan
Sebastián Bach (1685-1750), uno de los más grandes compositores de
todos los tiempos, tenía fe, una gran humildad acompañada por la
conciencia de la majestad de Dios. No era por simple costumbre que
terminaba cada una de sus obras agregando las iniciales «S.
D.G.» (Soli Deo Gloria: sólo a Dios sea la gloria). En sus manuscritos a menudo también se hallan las letras «J.
j.» (Jesus juvat: Jesús ayuda).
Un
biógrafo hace notar que en sus obras «Bach nunca olvidó lo que
significan las expresiones pecado, culpabilidad, muerte y experiencia de
lo efímero». Por eso se expresaba con fuerza en lo tocante al perdón
divino.
Su biblioteca estaba compuesta por libros de teoría musical y
escritos cristianos. Los primeros fueron conservados por sus hijos,
pero por falta de interés, no sucedió lo mismo con las obras cristianas.
Sólo una Biblia reapareció en Estados Unidos. Se trata de una edición
de 1681, en tres volúmenes, traducida por Martín Lutero. En los márgenes
había anotaciones de Bach.
Nos alegra saber que este genio de la
música era un piadoso creyente. Su talento lo hizo grande en la tierra,
pero su fe lo hizo humilde y le permitió beneficiarse de la gracia de
Dios. Lo hizo apto para el cielo y para la eternidad. Por medio de su
obra musical también glorificó a Dios. A él se deben varios corales y
muchas melodías de cánticos cristianos.
((De la red))