La
transformación progresiva de una oruga en mariposa (ese proceso se
llama metamorfosis) es una hermosa imagen de la vida de un creyente. La
oruga se arrastra por la tierra y come hojas. Luego se encierra en su
capullo como en un ataúd y espera inmóvil e inanimada. Después de muchos
días, el insecto se libera de su caparazón, despliega sus alas al sol y
vuela ligeramente, alimentándose del néctar de las flores. Es una nueva
vida, sin embargo es el mismo insecto. Para salir de su capullo, el
insecto se entrega a una lucha laboriosa. Si se intenta ayudarle
rompiendo su capullo, en seguida sale, pero como es demasiado débil para
volar, pronto se muere. Su lucha para liberarse de su envoltorio es
indispensable para su desarrollo físico y su supervivencia.
Nuestra
vida de creyentes en la tierra se parece a la de una oruga. Luchamos
para atravesar las diversas pruebas, de las cuales Dios se sirve para
desarrollarnos. Estemos seguros de que Dios las emplea para hacernos
crecer y acercarnos a él. Si nuestra existencia terrenal es sufrida y
triste, debemos recordar que un día, sin ningún esfuerzo entraremos en
el cielo con un cuerpo lleno de vida y hermosura, un cuerpo semejante al
de Jesús resucitado.
“Bienaventurado el varón que soporta la
tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de
vida” (Santiago 1:12).
((De la red))