La suficiencia de Dios
Iba a mi
casa la otra tarde, después de un día de trabajo duro; me sentía
cansado y deprimido, cuando repentinamente, como un relámpago, vino a mi
mente el versículo: “Bástate mi gracia”. Llegué a mi casa, y busqué el
texto en original, que dice: “Mi gracia es suficiente para ti”. “Lo
creo, Señor”, dije, y no pude menos que reír de contento. Jamás antes
había entendido lo que significaba la santa risa de Abraham. La
incredulidad me parecía tan absurda. Es como si un pececillo, sintiendo
sed, tuviese temor de que si bebía se secara el Támesis, y el río le
dijese: “Bebe, sardinita, mi caudal es suficiente para ti”. O como si un
ratoncillo en los graneros de Egipto, después de los siete años de
abundancia, temiese morir de hambre. José podría decirle: “No temas,
ratoncito, mis graneros son suficientes para ti”. Me imaginaba también a
un hombre en lo alto de la montaña pensando dentro de sí: “Respiro
tantos más cuantos pies cúbicos de aire, cada año; temo agotar el
oxígeno de la atmósfera”, pero la tierra le diría: “Respira, hombre y
respira a pulmones llenos; mi atmósfera es suficiente para ti”.
¡Oh, hermanos, sed grandes creyentes! Tal fe llevará vuestras almas al cielo, y traerá el cielo a vuestras almas
(( De la red))