Atavíos Del Corazón
"Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de
adornos de oro o de vestidos lujosos,
[1 Timoteo 2. 9]
sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un
espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante
de Dios" (1 Pedro 3:3, 4).
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La zorra y el leopardo estaban contendiendo sobre cual de
ellos era lo que poseía mayor belleza. El leopardo exhibió,
uno por uno, todos los lugares ornamentados de su piel. La
zorra, interrumpiéndolo, habló: "Mucho mayor belleza de lo
que suya yo tengo, no por la ornamentación del cuerpo, pero
de la mente." Es triste constatar que las personas, como los
animales de nuestra ilustración, se preocupan más con la
belleza física exterior de lo que con la belleza espiritual,
interior.
La vanidad nos acarrea, celeremente, a tentativas incesantes
de mostrar aquello que somos o juzgamos ser. Parece que,
para nosotros, lo más importante no es lo que somos o
juzgamos ser, pero que seamos notados y reconocidos por los
demás. para que nuestro ego sea alimentado, exibimonos y
esperamos ansiosos por las "merecidas"alabanzas y aplausos.
Pero los atavíos que notabilizam una persona no son aquéllos
producidos exteriormente. Un cabello bien arreglado, una
ropa adecuada para la ocasión, una alhaja de alto valor,
pueden tornar una persona un poco más bonita por un momento,
pero al cambiarlas todo puede alterar. Un rostro bonito y un
cuerpo bien cuidado también atavían una persona, pero eso
también no es definitivo.
La verdadera belleza, que encanta el mundo y alegra el
corazón de Dios no puede ser retractada por una máquina
fotográfica. Viene de adentro del corazón e inspira
transformación en todo el ambiente. Un traje de ternura y
amor atavía más una persona que las indumentarias producidas
por los más caros estilistas de ese mundo.
Y esta belleza no es privilegio de los que poseen más
dinero. Ella no está a la venta. Es adquirida gratuitamente
por todos que, con humildad, a buscan delante del Señor, con
el propósito de ser una bendición en las manos de Dios.
Paulo Barbosa