Otoñal el tiempo se ha tornado,
arrancando de los árboles las hojas
que voltean por el viento desatado
y caen a tierra cual yertas mariposas.
De cobre y amarillo van cubriendo
el césped y la arena como un manto;
yacen muertas, dormidas sin aliento,
desgajadas por siempre de su árbol
Padre amado, ¡cuántas almas perecen,
separadas de ti y de tu amor,
y caen sin conocer a quien merece
la gloria y la alabanza y el loor!
Verles, Señor, es dolorosa herida,
pues, cual hojas privadas de su savia,
viven en realidad sin tener vida,
por no haber recibido tu palabra.
Envíanos, Dios santo, a predicar,
a socorrer a tantos que se pierden,
a hablarles del amor y de la paz
que Jesús quiere a todos ofrecerles.
¡Son tan grandes los campos!
¡Tan cercana la siega!
¡Oh, Señor, en tu amor confiamos,
para que haya abundante cosecha!