La humildad del amor
El amor no es jactancioso, no se envanece.
1 Corintios 13:4
Alábete el extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y no los labios tuyos.
Proverbios 27:2
William
Carey fue un brillante lingüista y un fiel cristiano. Tradujo partes de
la Biblia a 34 idiomas y dialectos diferentes. En su juventud, Carey
había trabajado como zapatero. Cierta noche, en una gran cena, alguien
le dijo: –Señor Carey, me han dicho que usted trabajó haciendo zapatos.
–No, respondió Carey, yo no los hacía; sólo sabía repararlos.
Rectitud
y humildad, sin complejo de inferioridad, ayudan a darse cuenta de los
propios límites y a reconocer sus debilidades. Es el primer paso en el
camino de una verdadera humildad. El segundo paso va más allá, pues para
el cristiano la humildad es el profundo deseo de que en nuestra vida
Dios tenga el lugar que le corresponde, es decir, el primero. En este
sentido está muy cerca de la adoración.
El amor de Dios en la vida de
un creyente se manifiesta por la humildad y el olvido de sí mismo. El
amor no se vanagloria, no se envanece por sus éxitos, no se enorgullece,
no piensa en sí mismo, no se compara con otros, sino que se pone al
servicio de ellos. El secreto de la humildad es estar ocupado del Señor
Jesús y buscar sus intereses. Un creyente acostumbraba a orar: «Señor,
dame la fuerza para hablar de ti, cada vez que tenga la oportunidad de
escoger el tema de la conversación». Durante toda su vida Jesucristo
mostró lo que es la verdadera humildad. Sigamos su ejemplo.
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pedro5:5
Editorial La Buena Semilla 1166 PERROY (Suisse)
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