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Te quiero contar algo que me enseñó una paloma cuando era pequeña.
Siempre me han gustado todos los seres vivos.
Haciendo memoria, quizá se deba a que tuve una nana indígena.
Yo tengo la imagen de mi misma de bebé metida en una caja de madera azul
sentada junto a ella que estaba lavando mis pañales.
El aroma de jabón de pastilla, la espuma que se hacía en sus manos, el
olor del viento mezclado con el de la ruda, ajenjo, albahaca y rosas
entre otras plantas del jardincillo y la sensación de las hojitas en mis
manos. Ella me daba hojitas para jugar y me vigilaba.
En ocasiones, detenía su lavado y me señalaba de entre la tierra
animalitos. Tengo muy presentes a los caracoles y a las lombrices.
Bueno... resulta que un día, ya de adolescente llegó una paloma a la
puerta de la casa.
En una de mis salidas la encontré en un rincón. Blanca intensa y de pico
rosado. Llegó herida y asustada.
Un vecinito vio que la recogía y me
dijo que me conseguiría un macho para ella si decidía conservarla.
A regañadientes de mi madre y aprovechando una "covacha" que usaban para
guardar cosas viejas acomodé ahí a la paloma junto con el macho.
Tuvieron bastante descendencia y un día, de mañana, encontré que el
nido había sido atacado por una rata. Un pichón apenas emplumando estaba
seriamente lastimado.
Corrí al veterinario que al verlo me dijo que lo mejor era apresurar su
muerte y acabar con su sufrimiento. Yo lloré mucho y regresé con mi
pichón y mi corazón partido a la casa. No me hacía a la idea de matarlo a
pesar de su sufrimiento.
Yo pensaba que el pobre había
sobrevivido al ataque, al dolor, al sufrimiento, al espanto y seguía
luchando por su vida. Así que corrí por lo que tenía en un botiquín y lo
curé como me enseñó a curar mi padre adoptivo.
Cuando terminé el trabajo de limpiado observé que se veía parte de su
masa encefálica así que le hice un casco de gasas y cinta de curación y
se lo coloqué después de haberle puesto
agua oxigena y tintura de genciana.
Le revisaba cada vez que podía, lo
acaraciaba, le hablaba con ternura y le daba alimento con gotero.
Sus padres también cooperaron dándole calor y no rechazándolo del nido.
El condenado a muerte que resultó otra paloma blanca sobrevivió.
Era la primera en llegar corriendo cuando les llamaba y tiraba el
alimento al suelo
Un día que tenía prisa solamente llegué y dejé su alimento en una
vasija.
Lo lamenté mucho porque me encantaba verlas comer y hablarles mientras
comían. Ya me iba, cuando me dí cuenta que la palomilla quedaba al
último y chocaba con las otras para abrirse camino. Me acerqué y
entonces me dí cuenta de una cosa: ¡Mi paloma se había quedado ciega!
Era el ruido del alimento al caer y mi voz lo que la conducía directo a
los granitos que les daba.
En ese momento la amé más que nunca. Creció muy feliz, se levantaba en
grandes vuelos y tuvo otras crías que aunadas a las demás hicieron que
mi madre deseara correrme con todos mis "avechuchos".
Esto me enseñó que nunca a pesar de que todo esté en contra, debes darte
por vencido. Si pudo un "avechucho" con más razon un ser humano.
(Desconozco su autor)