FRISOLES, FRÍJOLES O FRÉJOLES... EL EFECTO ES IGUAL
> Un día llegó el amor a mi vida, encontré a un maravilloso
> caballero y nos enamoramos. Cuando se hizo evidente que nos
> casaríamos, como buena antioqueña, hice el sacrificio supremo y
> dejé de comer fríjoles.
> Algunas semanas más tarde, el día de mi cumpleaños, mi
> auto se estropeó de camino del trabajo a casa. Como vivíamos en
> las afueras llamé a mi marido y le dije que llegaría tarde
> porque tenía que ir andando a casa. De camino, pasé por un pequeño
> restaurante y el olor de una frisolada fue más fuerte que yo. Con
> varios kilómetros por delante para caminar, calculé que se me iría
> cualquier efecto negativo de los fríjoles antes de llegar a casa;
> por lo que entré y antes de que me diera cuenta, ya me había
> tragado dos buenas bandejas paisas. De camino a casa me aseguré
> de liberarme de TODO el gas.
> Cuando llegué, mi marido pareció excitado al verme y
> gritó con gran alegría: "¡Querida, te tengo una sorpresa para la cena
> esta noche! " Él entonces me vendó los ojos y me condujo a
> través de la casa hasta mi silla en la mesa. Tomé asiento y cuando
> estaba a punto de quitarme la venda de los ojos, el teléfono sonó.
> Me hizo prometer no tocar la venda hasta que él volviera y se
> fue a contestar la llamada.
> Lo que había engullido todavía me afectaba y la presión
> se hacía más y más insoportable, tanto que mientras mi maridito
> estaba fuera, aproveché la oportunidad, me apoyé en una pierna y
> dejé salir uno. No era ruidoso, pero olía como un camión de
> fertilizante delante de una fábrica de ácido sulfúrico. Tomé la
> servilleta y abaniqué el aire alrededor de mí enérgicamente.
> Entonces, cambiando a la otra pierna, dejé escapar otros
> tres. ¡¡La peste era peor que la col cocinada!!!
> Manteniendo mis oídos atentos a la conversación de mi
> marido en la otra habitación, continué tirando unos cuantos muy
> sonoros durante otros pocos minutos.
> El placer era indescriptible. Cuando más tarde, la
> despedida telefónica señaló el final de mi libertad, rápidamente
> abaniqué el aire unas cuantas veces más con mi servilleta, la
> coloqué sobre mi regazo y doblé mis manos atrás sintiéndome muy
> aliviada y complacida conmigo misma.
> Mi cara debe haber sido la imagen de la inocencia cuando
> mi marido volvió, pidiendo perdón por tomar tanto tiempo. Él me
> preguntó si yo había echado una ojeada por debajo del vendaje, y
> le aseguré que no.
> En este punto, él me quitó la venda de los ojos, y doce
> invitados a la cena sentados alrededor de la mesa, entre ellos
> mis suegros, cantaron a coro: ¡Cumpleaños Feliz!
>
> ¡¡ Y ...me desmayé!!!!