Historia de Josué
Era un joven esbelto como una estatua griega. La naturaleza había sido pródiga con él, pues no sólo era bello, sino que poseía cualidades extraordinarias. Trabajaba buscando perlas en el fondo del mar y siempre era el que más ostras recogía porque podía permanecer sumergido mucho tiempo. Más tiempo que los demás hombres.
Nadie en la aldea sabía mucho de su historia, había llegado un día cualquiera desde más allá de las colinas, escaso de ropa y sin equipaje. El pueblo lo había adoptado.
A sus espaldas decían que era un príncipe errante en busca de aventuras. Como él hablaba poco, casi nada, la leyenda de su origen crecía cada vez más.
Él solo tenía interés en las mareas, los vientos y las perlas. Llevaba todo lo recogido al altar de la Virgen Stella Maris y a cambio recibía del párroco comida y un lugar para dormir.
Un raro día, el mar empezó a retirarse lentamente descubriendo caracolas y arrecifes de coral. Todos sabían que después del repliegue de las aguas siempre llegaba la gran ola. Corrieron a protegerse en la colina. Nadie notó que Josué se encaminaba hacia la playa y entraba decidido al mar desafiando a la montaña de agua que se le venía encima. Cuando la ola estuvo frente a él, alta como una pared y rugiente como cien leones, Josué grácilmente entró en ella.
A través de remolinos de espuma vió a lo lejos las siluetas familiares que lo esperaban.
Sonrió, abrió sus branquias y supo que era momento de volver al hogar.