Y...Seguimos..
Pero en N.A., aprendimos poco a poco que había que poner algún remedio a nuestros resentimientos vengativos, a la lástima por nosotros mismos y a nuestro injustificable orgullo. Teníamos que darnos cuenta de que con nuestras baladronadas nos echábamos en nuestra contra a los demás. Teníamos que darnos cuenta de que cuando guardábamos mala voluntad y tramábamos vengarnos de esas derrotas, en realidad nos estábamos golpeando con el garrote de la ira que intentábamos esgrimir contra otros. Aprendimos que si estábamos seriamente perturbados, nuestra primera necesidad consistía en calmar ese disturbio sin importar quién o qué lo motivaba.
Francamente, nos tardamos mucho en darnos cuenta de cómo nos convertimos en víctimas de emociones erráticas. Las podríamos percibir prontamente en otros, pero cuando se trataba de nosotros lo hacíamos con lentitud. Antes que nada, teníamos que admitir que estábamos llenos de estos defectos, a pesar que estas admisiones resultaban dolorosas y humillantes. Cuando se tratara de otros, teníamos que abolir la palabra culpabilidad de nuestra conversación y de nuestro pensamiento. Esto requería mucha buena voluntad desde el principio. Pero una vez que vencimos los primeros obstáculos, el camino se hizo más fácil de recorrer, porque habíamos empezado a vernos en perspectiva, es decir que estábamos ganando en humildad.
Desde luego que la depresión y la sed de poder son características de extremos de la personalidad, tipos que abundan en N.A., y en todo el mundo. Frecuentemente estos tipos de personalidad se perfilan con la claridad de los ejemplos que se han dado. Pero con la misma frecuencia, algunos de nosotros encajamos más o menos en las dos clasificaciones. Los seres humanos nunca somos iguales, así es que cada uno de nosotros, al hacer su inventario, necesitaría determinar cuáles son sus defectos de carácter individuales. Una vez que uno encuentre zapatos a su medida se los podrá poner y caminar con la nueva confianza de que se va por un buen camino.
Ahora vamos a examinar la necesidad de una relación de los defectos de carácter más notorios que todos tenemos en diversos grados. Para los que tienen una preparación religiosa, en una relación de esta naturaleza verán violaciones graves a principios de moral. Otros verán en ella defectos de carácter; para otros será un índice de desajustes. Algunos les molestará que se hable de inmoralidad y ni qué decir, de pecado. Pero hasta el menos razonable estará de acuerdo con este punto: Que hay mucho de este mal en nosotros los neuróticos y acerca de lo mucho que habrá que hacerse si es que esperamos serenidad, progreso y habilidad necesaria para adaptarnos a la vida.
Para evitar confusiones sobre las denominaciones de estos defectos vamos a adoptar una relación universalmente reconocida de los principales defectos humanos, los siete pecados mortales: el orgullo, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. El orgullo no encabeza esta relación por mera casualidad. Porque el orgullo, nos provoca la tendencia de tratar de justificar todos nuestros actos, y siempre espoleados por los temores conscientes o inconscientes, es la causa principal de la mayor parte de las dificultades humanas, el principal obstáculo al verdadero progreso. El orgullo nos induce a imponer a otros o a nosotros mismos, exigencias que no se pueden cumplir sin pervertir o hacer mal uso de los instintos de los que Dios nos ha dotado. Cuando la satisfacción de nuestros instintos sexuales, de seguridad o sociales, se convierten en el único objetivo de nuestras vidas, el orgullo hace acto de presencia para justificar nuestros excesos.
Todos estos defectos generan miedo, una enfermedad del alma por sí sola. A su vez el miedo genera otros defectos de carácter. El miedo irrazonable a que nuestros instintos no se satisfagan nos impulsa a codiciar lo ajeno, al deseo inmoderado de satisfacciones sexuales y de poderío, a enfadarnos cuando las exigencias de nuestros instintos se ven amenazadas y a ser envidiosos cuando las ambiciones de otros se logran mientras que las nuestras no. Comemos, bebemos y arrebatamos más de lo que necesitamos por el temor de que no nos toque lo suficiente. Y con genuina alarma, ante el trabajo permanecemos indolentes. Flojeamos y lo dejamos todo para después y, cuando más, trabajamos a la mitad de nuestra capacidad y a regañadientes. Estos temores son el comején que devora sin cesar la base de cualquier clase de vida que tratemos de edificar.
Así que cuando N.A., sugiere hacer un inventario sin temor alguno, a todo recién llegado le parecerá que se le está pidiendo más de lo que puede hacer. Tanto su orgullo como su temor lo rechazan cada vez que intenta mirarse por dentro. El orgullo dice: "No te atrevas a mirar aquí". Pero el testimonio de los N.A.., que realmente han acometido el inventario moral es que el orgullo y el temor de esta especie resultan ser simples espantajos. Una vez que tengamos la cabal buena voluntad de hacer el inventario y nos esforcemos concienzudamente en el cumplimiento de esta tarea, la luz iluminará este tenebroso paisaje. A medida que perseveramos, nace una confianza completamente nueva, y el alivio al enfrentarnos con nosotros mismos es indescriptible. Estos son los primeros frutos del Cuarto Paso.
Para entonces el recién llegado probablemente ya llegó a las siguientes conclusiones: que sus defectos de carácter, que representan sus instintos desviados han sido la causa primordial de su desequilibrio emocional y su fracaso en la vida; que a menos que esté dispuesto a luchar con ahínco para eliminar sus defectos más graves, la sobriedad y la serenidad mental los evadirán; que todos los cimientos defectuosos de su vida tendrán que ser destruidos para poder construir otros que sean una base firme. Ahora, bien dispuestos a empezar la búsqueda de sus defectos, preguntará: "¿Cómo puedo hacer un inventario de mí mismo?".
Como el Cuarto Paso es el comienzo de una costumbre para toda la vida se sugiere examinar primero aquellos defectos que sean los más obvios que hayan ocasionado más dificultades. De acuerdo con el buen juicio de lo que ha sido lo correcto y lo equivocado, puede hacerse un examen preliminar de la conducta con respecto a los instintos primarios sexuales, de seguridad, y sociales. Observando la vida pasada pronto podrá ponerse en marcha el inventario si se consideran preguntas como éstas:
¿Cómo y en qué ocasiones perjudiqué a otras personas o me perjudiqué a mí mismo, en mi búsqueda egoísta de satisfacciones sexuales? ¿A quiénes lastimé y a qué grado? ¿Hice desgraciado mi matrimonio y perjudiqué a mis hijos? ¿Comprometí mi posición en mi comunidad? ¿Cómo reaccioné entonces a esas situaciones? ¿Sentí un remordimiento implacable? ¿O insistí en que era yo el perseguido y no el perseguidor y además me absolví? ¿Cómo he reaccionado ante frustraciones de índole sexual? ¿Cuándo se me negaba algo me volvía vengativo o me sentía deprimido? ¿Me desquitaba con otros? ¿Si en mi hogar me repudiaban o trataban con frialdad me servía como pretexto para mi promiscuidad sexual?
También son importantes para los neuróticos las preguntas acerca de su conducta relacionada con su seguridad material y emocional. En ese terreno, el temor, la codicia, el acaparamiento y el orgullo, muy a menudo han causado mucho daño. Examinando sus antecedentes en negocios o empleos casi cualquier neurótico puede hacerse preguntas como estas:
Además de mi problema emocional, ¿qué defectos de carácter contribuyeron a mi inestabilidad económica? ¿Destruyeron mi confianza y me crearon un conflicto en mi capacidad para adaptarme al trabajo? ¿Traté de disimular ese sentimiento de ineficiencia alardeando, timando, engañando o evadiendo la responsabilidad? O, ¿quejándome de que los otros no reconocían mis verdaderamente excepcionales aptitudes?, ¿me sobreestimé y hacía el papel de "personaje?" ¿Tenía una ambición tan inconsciente que traicioné a mis asociados? ¿Fui derrochador? ¿Pedí dinero prestado atolondradamente, sin importarme si lo devolviese? ¿Fui tacaño, rehusándome a sostener a mi familia adecuadamente? ¿Quise arribar fácilmente y sin escrúpulos?
Las mujeres de negocios que están en N.A., encontrarán que muchas de estas preguntas pueden ser para ellas también. La esposa neurótica también puede ocasionar la inseguridad económica de su familia. Puede tergiversar sus cuentas corrientes, manejar mal el presupuesto destinado a la alimentación de su hogar, pasarse las tardes jugando y comprometer con deudas a su marido, debido a sus despilfarros y a su irresponsabilidad.
Pero todos los neuróticos que han perdido por su manera de ser empleos, familia y amigos, necesitarán examinarse detenida y despiadadamente, para poder determinar cómo sus defectos de personalidad demolieron su estabilidad.
Los síntomas más comunes de la inseguridad emocional son las preocupaciones, la ira, la lástima de sí mismo y la depresión. Estos síntomas emanan de causas que algunas veces parecen estar dentro de nosotros y otras, parecen venir de fuera. Para hacer un inventario a ese respecto debemos considerar cuidadosamente todas las relaciones personales que nos acarrean dificultades continuas o periódicas. Debe recordarse que esta clase de inseguridad puede asomar en cualquier terreno donde los instintos estén amenazados. El interrogatorio que tenga ese propósito puede ser algo así: Mirando el pasado y el presente, ¿qué clase de situaciones sexuales son las que han causado ansiedad, amargura, frustración o depresión? Evaluando cada situación con cuidado ¿puedo darme cuenta en qué consistía mi error? ¿Me acosaban otras perplejidades porque tenía exigencias egoístas o irrazonables? O, si mi perturbación era ocasionada aparentemente por la conducta de otros, ¿por qué me falta la habilidad necesaria para aceptar lo que no puedo cambiar? Estas son las cuestiones fundamentales que pueden revelarme el origen de mi malestar e indicarme si puedo alterar mi propia conducta y así ajustarme serenamente a la autodisciplina.
Supongamos que la inseguridad económica despierta constantemente estos sentimientos. Puedo preguntarme hasta qué punto han sido alimentadas mis corrosivas ansiedades por mis propios instintos. Y si las acciones de los otros son parte de la causa, ¿qué puedo hacer acerca de ello? Si no puedo cambiar el presente estado de cosas, ¿estoy dispuesto a tomar las medidas necesarias para amoldar mi vida a las situaciones reales? Preguntas como éstas y como otras, que fácilmente pueden venir a la mente, ayudarán a encontrar las causas básicas.
Pero es por nuestras retorcidas relaciones con la familia, los amigos y la sociedad, por lo que la mayoría de nosotros ha sufrido más. Hemos sido especialmente estúpidos y tercos a este respecto. El hecho fundamental en que fallamos, es en reconocer nuestra falta de capacidad para lograr una asociación genuina con cualquiera. Nuestra egolatría cava dos pozos profundos: o insistimos en dominar a los que nos rodean o dependemos demasiado de ellos. Si dependemos de otras gentes tarde o temprano nos fallarán, porque también son humanos y porque no podrán al cabo satisfacer nuestras continuas exigencias. De esa manera crece nuestra inseguridad, y se encona. Cuando habitualmente tratamos de manipular a los otros de acuerdo con nuestros deseos voluntariosos, se rebelan y se resisten enérgicamente. Entonces se nos desarrollan el amor propio lastimado, el sentimiento de persecución y el de venganza. A medida que redoblamos nuestros esfuerzos para controlarlos y continuamos fallando, el sufrimiento se agudiza, se hace más constante. Nunca hemos tratado de ser uno de la familia, de ser amigo entre los amigos, trabajador entre los trabajadores, un miembro útil de la sociedad. Siempre hemos pugnado por llegar a la cúspide de la montaña, o por escondernos debajo de ella. El comportamiento egocéntrico obstaculizó cualquier relación de asociación con los que nos rodean. Teníamos muy poca comprensión de lo que es la genuina confraternidad.
Algunos objetarán las preguntas expuestas porque creen que sus defectos de carácter no han sido tan notorios, a éstos se les puede sugerir que un examen concienzudo puede demostrarnos con precisión los defectos a que se refieren las preguntas. Como nuestros antecedentes superficiales no nos han parecido graves, frecuentemente nos hemos sonrojado al darnos cuenta de que ello se debe sencillamente a que hemos escogido esos defectos con nuestra propensión a justificar todos nuestros actos. Cualesquiera que hayan sido los defectos al final nos han conducido a la neurosis y a la desgracia.
Por consiguiente, el inventario debe hacerse concienzudamente. A este respecto, es conveniente anotar nuestras preguntas y respuestas, hacerlo nos ayudará a pensar con claridad y hacer un avalúo honrado. Será la primera prueba tangible de nuestra buena voluntad de ir hacia adelante.
----Porcion final del Cuarto paso---