La oración y la meditación son los principales medios que tenemos para comunicarnos conscientemente con Dios.
Nosotros los N.A., somos gentes activas, gozando de la satisfacción de enfrentarnos a la realidad de la vida, generalmente por primera vez en nuestra existencia, y tratando de ayudar al próximo neurótico que encontremos. Así es que no es raro que tengamos la tendencia a menospreciar la meditación y la oración, como si fueran innecesarias en realidad. Sí sentimos que es algo que puede sernos útil para cuando se nos presente una emergencia eventual, pero al principio la mayoría de nosotros suele considerarle algo así como una misteriosa maña de clérigos de la que podemos derivar beneficios de segunda mano. O tal vez no creemos en nada de esto…
Aquellos de nosotros que ya tenemos el hábito de orar, no podíamos prescindir de la oración del mismo modo que no podíamos vivir sin aire y sin comer. Cuando rechazamos el aire o la comida, el cuerpo sufre. Y cuando nos alejamos de la meditación y de la oración en igual forma privamos a nuestras mentes, emociones o intuiciones, de un sostén vital que necesitan. Así como el cuerpo falla por falta de alimentación, también puede fallar el alma. Todos necesitamos la luz de la realidad de Dios, el alimento de su fuerza y el ambiente de su Gracia. Los hechos en la vida de N.A., confirman en un grado sorprendente esta verdad.