CARLOS CARNICERO
14/11/2009
El Zumbido
De cunetas, camionetas y asesinatos
El afán guerracivilista del PP ha sido una constante en toda su trayectoria desde que José María Aznar llegó al poder. El espíritu de tolerancia y de entendimiento que guió los tiempos de la UCD fue sustituido por la crispación como metodología política que buscaba la polarización de las dos españas.
Es Es notoria la dificultad que tienen los dirigentes del PP de llevar a cabo una condena terminante del franquismo. Algunos de ellos no han tenido empacho, como es el caso de Jaime Mayor Oreja, de manifestar su admiración por aquel régimen “plácido” que sembró las cunetas de fosas comunes y fusiló en juicios sumarísimos sin garantía alguna cuando la guerra civil ya había terminado.
La alianza del PP con la dirección más reaccionaria que ha tenido la Iglesia Católica desde la Transición casi nos retrotrae a los tiempos en que Francisco Franco entraba bajo palio en las catedrales. La Conferencia Episcopal habla de “herejías” y de “excomuniones” y el presidente de la Comunidad Autónoma del País Valenciano en pleno de Las Corts ha tenido la osadía de acusar al líder socialista de querer asesinarle utilizando, además, la retórica propia de la guerra civil de camionetas y cunetas. El Rubicón que ha cruzado un alto dirigente del PP –quizá queriendo establecer un paralelismo con los tiempos de los asesinatos de Calvo Sotelo y del teniente Castillo, tan superados- no se soluciona con las hipócritas disculpas exhibidas horas después de ese exabrupto intolerable.
Y el líder del PP, Mariano Rajoy, una vez más guarda silencio en una práctica política en donde todo vale y nunca se respetan ni los intereses de las instituciones ni los mimbres más sensibles del Estado de derecho. Nada que no hayamos visto en la utilización de la negociación con ETA y del brutal atentado de Atocha.
Lo que ocurre es que ahora las formas han sido mucho más brutales, sobre todo en una época en la que se siguen excavando fosas de fusilados por el franquismo –entre ellas las del insigne poeta, Federico García Lorca- y todavía no se ha conseguido cerrar las heridas abiertas por el golpe militar, la guerra civil y la dictadura.
Francisco Camps sí que es un cadáver, naturalmente político. No tiene necesidad de que nadie atente contra su trayectoria porque lo inexplicable es que siga siendo presidente de la Comunidad del País Valenciano. Pero si brutales fueron sus palabras, los aplausos cerrados de las bancadas populares indican que no se trata de un caso aislado de comportamiento antidemocrático sino de una gangrena que avanza por la sociedad española.
Carlos Carnicero es periodista y analista político