Quien está en la Iglesia católica puede percibir hasta qué punto nos alejamos de los orígenes cristianos. Hoy quien considera que la Iglesia es y debe ser una democracia, será condenado como hereje. Estamos exactamente en el extremo opuesto de las comunidades cristianas primitivas.
En la “democracia” cristiana todos eran iguales, todos podían hablar, todos podían intervenir en las decisiones tomadas por la asamblea. Era realmente el advenimiento de la libertad, el núcleo de un nuevo pueblo, de una nueva humanidad. Las comunidades no se reunían para hacer un culto, para practicar una religión, sino para convivir unos con los otros en la fraternidad de un pueblo de iguales. Vivir juntos era la razón de esas reuniones. Había naturalmente una comida en común porque vivir juntos es comer juntos.
Lo que más se aproxima a la “ekklesía” de los orígenes, fueron las llamadas comunidades eclesiales de base, una realización de la cual no se tenía más noticia desde la edad media aunque fuese realizada en ciertas iglesias reformadas, sobretodo en Estados Unidos.
3.- Los dones del Espíritu en las comunidades
La Iglesia, esta “democracia” forma una unidad, un solo cuerpo porque es el cuerpo de Cristo. Cada uno es un órgano de Cristo. El propio Cristo reúne todos sus miembros. Él une todos esos miembros por medio de los dones del Espíritu que son diversos. Cada uno recibe un don del Espíritu. El don es una capacidad para servir. Todos sirven a todos, todos están el servicio de todos. Así es la unidad. La unidad es hecha por el Espíritu.
Pablo dejó tres listas de dones o servicios que llama carismas. Las listas no son las mismas. No había catálogo oficial. Las comunidades no debían ser la copia de un modelo uniforme.
1 Corintios 12, 8-10: “A uno, el Espíritu da el mensaje de sabiduría; a otro, la palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro el mismo Espíritu da la fe; a otro todavía, el único y mismo Espíritu concede el don de las curaciones; a otro el poder de hacer milagros; a otro la profecía; a otro, el discernimiento de los espíritus; a otro el don de hablar en lenguas; a otro, el don de interpretarlas.”
1 Corintios 12, 28-30: “Aquellos que Dios estableció en la Iglesia son, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas, en tercer lugar, doctores. Vienen enseguida los dones de los milagros, de las curaciones, de la asistencia, del gobierno y de hablar diversas lenguas”.
Romanos 12, 6-8: “Quien tiene el don de profecía, que lo ejerza según la proporción de nuestra fe; quien tiene el don de servicio, lo ejerza sirviendo, quien el de enseñanza, enseñando, quien el de exhortación, exhortando. Aquel que distribuye sus bienes, que lo haga con simplicidad; aquel que preside, con diligencia; aquel que ejerce misericordia, con alegría.”
No necesitamos aquí investigar cuál era el contenido concreto de cada uno de estos dones. Lo que nos importa es que todos los miembros tienen un papel en la comunidad. Si alguien preside, no es para mandar, sino para reunir. En las comunidades paulinas nadie manda, ninguno impone. Se realiza lo que dijo don Helder cuando llegó a Recife: aquí dos palabras son prohibidas: Mandar y exigir.
Naturalmente esas comunidades eran pequeñas y no necesitaban de mucha organización. Aparecían problemas, conflictos, rivalidades, pero esos problemas no se resolvían por la imposición de un jefe.
Pablo siempre reivindicó su calidad de “apóstol” por haber sido llamado por el propio Cristo, así como los Doce, aunque en circunstancias diversas tienen autoridad para anunciar el evangelio. En su misión itinerante fue el fundador de muchas comunidades. Él reivindica la autoridad del padre de la comunidad, lo que le confiere una autoridad única.
Sin embargo, es importante ver como Pablo ejerce esa autoridad. No manda, no impone. Tenemos un testimonio muy significativo en 2 Corintios. Como es bien sabido, la 2 Corintios no es una sola carta, sino una colección de cartas integradas en un conjunto. Es fácil reconocer las varias cartas. 2 Corintios contiene 5 cartas que todas se refieren a un incidente que ocurrió en Corinto.
Cuando Pablo estaba en Éfeso, estalló una crisis en Corinto. Alguien contestó la autoridad de Pablo y lideró un grupo de opositores ( 2 Corintios 2, 5-6). Pablo corrió a Corinto. La visita de él fue breve y no tuvo ningún resultado. Por el contrario, el jefe de la oposición insultó al propio Pablo y lo desafió abiertamente. Pablo prefirió retirarse y esperar mejores condiciones para iniciar una estrategia diferente en vista a una reconciliación.
Desde Éfeso, Pablo escribió una carta exhortando a los discípulos de Corinto a reconciliarse con él. Esta carta está en 2 Corintios 2, 14 - 7, 4. Era una carta de apología. No era la primera, porque en 2 Corintios 2,3.4.9 Pablo menciona una carta escrita en lágrimas. Algunos pensaron que podía ser 2 Corintios 10-13, pero esta no parece haber sido escrita con emociones tan fuertes. Si no es esa, la carta en lágrimas está perdida. Con certeza la carta en lágrimas fue el momento culminante de la crisis.
Entonces Pablo envió a Tito a Corinto para ver si él conseguía resolver el problema, es decir, que los Coríntios reconociesen la autoridad apostólica de Pablo. La misión de Tito fue un éxito total. Viajó para anunciar esa noticia a Pablo. Este ya estaba tan impaciente que salió de Éfeso para ir al encuentro de Tito. Ellos se encontraron en la Macedonia, probablemente en Filipos. Pablo quedó tan alegre que escribió y mandó a los Coríntios la carta de reconciliación, 2 Corintios 1,1 - 2,13; 7,5-16.
Una vez hecha la reconciliación Pablo quiso retomar el asunto de la colecta para los pobres de Jerusalén, lo que había sido una iniciativa de los Coríntios, pero había sido abandonada cuando estalló el conflicto. Pablo mandó dos cartas para hablar de esa colecta e insistir. Quiso exhortar a los Coríntios para estimularlos. Son los capítulos 8 y 9 de 2 Corintios.
Este episodio es muy interesante. Pablo podía haber invocado su carácter de apóstol para imponerse. Podía haber proferido una sentencia de condenación a los rebeldes, o hasta de expulsión de la comunidad. Prefirió el camino del diálogo con el fin de conseguir una reconciliación.