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Las palabras son como agüitas de nieve, desleídas y breves.
Las palabras que huyen, diezmando los desiertos del valle de los muertos son faldas de mujer con sus medias de seda, caprichos en la greda, consuelos del placer; elipsis de los gestos del mundo manifiesto, tablones, estaciones, las palabras dormidas nos sanan las heridas.
Luego dicen que son banderas del destierro, cantar del Martín Fierro, los signos y las cruces, motivos taquicardias del ángel de la guarda. Mentiras acuñadas. Asaltos, sinrazones. Desmanes de pasiones.
Hay palabras de alarma, Palomas en guitarras: las palabras canciones.
Apenas si suspiran, susurran, se estremecen, como niñas pequeñas, o embisten, palidecen los peces del estanque, trigales como flechas mecidas entre guantes.
Se guardan opiniones, lenguaje de las señas, anunciando cigüeñas adolecen razones igual que una tormenta violenta, muy violenta.
Inventan brusquedades, paradojas, causales, resucitan edades, y sobre todo, cuentan de briznas y abalorios del vago Purgatorio, igual que las verdades que hostigan vanidades. Embriagan los colchones, asustan corazones, incordian los conventos de brujos de descuento, la barca de Caronte, el fuego de Anacreonte, manías del invierno, Incienso del Infierno.
Las palabras escritas, pañales de bolsillo, son cerillas lejanas, cabañas, espejismos y mientras mansamente, palabras son palabras, enrojecen la mente del juego de uno mismo.
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