Chelo. Contesto gustoso a tu escrito.
No hay que agradecer nada, amiga. Somos nosotros los que tenemos que agradecer a las personas que, como tu padre, mantuvieron con dignidad su postura de hombres libres, a pesar de vivir en una ciénaga de mediocres y de fanáticos de todos los estilos. De mediocres que tenían como a su “dios” a un miserable dictador; mientras los mediocres campaban por sus anchas en un país mudo y asustado, la inteligencia tenía que vivir amordazada en el interior, o exiliada, o en una fosa en cualquier sitio, en cualquier descampado, en cualquier cuneta. ¡Ay de quién se atreviera contradecir las consignas, y mentiras, del “glorioso movimiento” y su correspondiente acompañamiento de “acólitos”!: “Hombres de orden” y obispos serviles.
Así, muchos, demasiados años así.
Por lo poco que he leído de la vida de tu padre, sé que por su trayectoria política, fue de los hombres, y mujeres, que mantuvieron vivo el rescoldo para que, la llama de la Democracia y la Libertad, algún día alumbrara el cielo de un pueblo oscurecido por el fanatismo, el odio y la mediocridad, y saliera de la opresión ejercida por la fuerza bruta, de ese grupo de gente que “cuando oyen la palabra cultura saca la pistola”.
Creo que es nuestro ineludible deber que, personas como tu padre, reciban, porque se lo merecen, nuestro agradecimiento.
Un saludo afectuoso, amiga.
F.
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