No; no voy a hablar del Burka en sentido estricto, sino de lo que me ocurrió el otro día hablando con un amigo. En el momento en que le pregunté: “y tu… ¿Cómo estas, después de todo? a lo que me contestó: “Si quieres que te diga la verdad…” y continuo diciendo como se encontraba. Curioso.
Curioso digo, que me dijera eso de: “si quería que me fuera franco o sincero”, como si lo anteriormente hablado hubiera sido mentira o algo parecido. (Ya se que no es así, pero es lo que debería pensar si lo interpretara al pie de la letra), ¿Por qué en los pueblos de Calderón y Shakespeare, (y en tantos otros), anunciamos a nuestro interlocutor que vamos a ser sinceros, que no vamos a mentir?, ¿Por estas confesiones de sinceridad, se supone y se presupone que en el resto de la conversación mentimos como bellacos?.
Bueno, la verdad, es que yo con esto de “la verdad” (bonito juego de palabras) me lío mucho; pero decir como dicen algunos filósofos que la verdad es hermosa o bella, se me antoja mucho decir; aunque a veces la hermosura no importe; importa la verdad que la sostiene.
Sin verdad no hay bondad ni belleza, puede ser cierto. Pero a mí me gusta diferenciar la verdad que se muestra o se dice, o se nos muestra o se nos dice, por alguien ajeno o cercano; y la otra verdad; esa a la que le quitamos el Burka y los siete velos, la que descubrimos por nosotros mismos, la que a veces buscamos y otras se nos revela aún engañándonos creyendo que la verdad es un trayecto. La verdad se vive, no se enseña; es el resultado de incalculables luchas y de infinitas vacilaciones; la verdad está hecha de retazos y el que cada uno ostenta es siempre imprescindible para que se la vea entera; claro que muchas veces no queremos cargar con tanta verdad y nos preocupamos por interpretar lo mejor posible nuestro personaje. A veces también, lo malo para muchos no es decirla, es saberla.
(De L´espai deser)