¿Desde cuando hablamos?. Hemos compartido mucho sin darnos cuenta durante estos años. Hablar contigo es como un bálsamo para mi: me cautivas, me estimulas, me emocionas. Ayer te pregunté si llovía y me dijiste que faltaba poco y tenías razón. Ha llovido, quería que lo supieras porque no sé si llueve en Sevilla o en Córdoba o si lloverá mañana en Extremadura. ¿Sabes,… ?
Siempre que llueve me acuerdo de ti, es algo fugaz he instantáneo. La lluvia es un sentimiento que debería figurar en los catálogos, es algo que nos pasa y se parece a la tristeza, al humo, a la melancolía, a los jardines. Solo les llueve a los sentimentales. A los que llevan paraguas para convocar la lluvia. Y siempre sucede dentro en los momentos grises de la vida. No es el tiempo que hace ni el tiempo que no hace. Es como un piano, como los recuerdos, como amores sin cicatrizar.
Una vez hace mucho tiempo, allí en el campo donde vivía, había caballos detrás de una cerca, y una noche de lluvia uno de ellos escapó, se plantó delante de mí en el camino. Su cuello inundado de luz de luna, resplandecía como solo lo hace el cabello de una mujer, esa luz que me ha perseguido siempre, la luz que necesito para seguir viendo algo cuando ya no miro nada. Despacio, poco a poco me acerqué a él, algo le asustó y salió corriendo. Siempre que llueve me acuerdo de ese caballo y ahora me acuerdo de ti. Y no es que te compare con los caballos, es la estampa, la imagen, la postal. Esa vocación de huida que tenéis las mujeres, esa distancia de un cuerpo dormido después de hacer el amor.
Llueve, y mi vida es un paraguas que ha perdido sus varillas, un caballo que se escapa en la noche, la huella que ha dejado en la vía un vagón abandonado. Siempre que llueve me acuerdo de ti, es algo fugaz he instantáneo, como esa sensación que tuve el otro día cuando te despediste con un te quiero… por eso ahora quería decirte que yo también.