![Eserarocastillo1.jpg picture by francisco19333](http://i470.photobucket.com/albums/rr70/francisco19333/Eserarocastillo1.jpg?t=1265230847)
Ese raro castillo
A veces decepcionamos, somos desleales, infieles, cometemos traición. Que palabra esta la traición. Traicionar.
Somos infieles porque con el impulso de los primeros días, el arrebato y el obnubilamiento, conseguiremos separamos de aquel o aquella a quien amamos y por quien habríamos podido renunciar a casi todo. Cometemos traición para no renunciar a ese resto del casi todo. Y vamos manteniendo en torno nuestro un fondo infranqueable. Queda el amor al otro lado. De tanto en tanto vienen huéspedes a vernos, de tanto en tanto consentimos en bajar el puente levadizo para que entren, para salir nosotros. Pero siempre regresamos. Ahí en el castillo, torres rojas, estamos solos y los pasos no duelen.
Yo conozco el dolor del desamor, ¿Quien no lo conoce?. He aprendido a dosificarlo, amaestrarlo como a un tigre llevando siempre una silla y el látigo escondido. El desamor podría ser así como un circo o una representación, un teatro en el que se reponen las obras cada equis tiempo y ya sabemos como va a acabar y lo que vamos a sentir. Pero no se puede prever el constante y pequeño dolor de tener el destino dividido y saber que lo que una vez nos ocurrió está de alguna forma ocurriéndonos siempre.
Un día quise hacer un pacto, como todos los que sueñan. Hacer el pacto, retirarse al castillo, que aunque siguiéramos viéndonos, tocándonos, el dolor cediera y se dulcificase porque el destino de cada uno volvería a ser el destino de cada uno, y volvería a ser posible imaginarse en la proa de un gran barco o en un país nevado sin dar cabida al otro en la imaginación. Ella también lo quiso. Quizá a alguien le gustaría saber quien fue el primero. Saberlo forma parte del interés humano, pero diré que no tengo constancia, no sé quien quiso retroceder antes y, francamente, creo que no importa.
Es el castillo lo que importa; son las habitaciones y las torres y el bosque al otro lado del foso que a veces es un bosque y a veces arena blanca o un acantilado. Así conseguimos una tristeza suave, sendero con curvas por donde pasamos al otro lado, alfombra roja, no la delgada alfombrilla que se tiende al pie de los aviones y es apenas una tela, sino la alfombra gruesa que al poner los pies se diría que el suelo está varios centímetros más abajo. Y después solo queda dar un paso: hemos cruzado el umbral. Ya estamos en los sueños. Es ese raro castillo del cual podemos entrar o salir con libertad porque sus muros son de aire o de menos que el aire para nosotros. En cambio para los otros es un recio castillo de piedra dura.
(L’espai desert)
|