En el fondo, a mi lo que me descoloca y me trae por la calle de la amargura, es descubrir que un amor, el amor mas intenso que pudiera existir es capaz de desvanecerse con la facilidad con que lo hace una neblina mañanera. Descubrir esto, saber esto, tener esta certeza, me hace pensar que nada merece la pena si ese sentimiento, el mayor de los sentimientos es capaz de acabarse, que se me haya revelado como a tantos otros, que si viviéramos mil años estaríamos con toda seguridad hablando de mil amores pasados (que no es lo mismo que “estar de mil amores”, según el vulgo castellano). Me desazona enormemente.
También la facilidad con que olvidamos el primer amor y el segundo y el tercero y quizá el definitivo, (si es que existe tal amor) y si tengo que asumir que todo esto es “ley de vida” es algo normal y cotidiano, estaría en términos filosóficos, aceptando que no existe el amor supremo, ni siquiera el que nos ha de deparar la vida en una etapa en la que creemos que tal amor es el que nos da la supremacía sobre otros..
Tu puedes estar con tu pareja “de mil amores” y creer: (digo creer) que es la persona de tu vida y no es cierto, no podrá ser cierto, porque si esa persona desapareciera por diversas causas, de seguro que encontrarías a otra que sería el amor “definitivo”. El amor, el amar a otro es un estado tan sumamente efímero por lo que tiene de inestable, que no hay por donde salir. Estamos sitiados en una guerra que no ganaremos nunca, acorralados por la ingenuidad de creer que amamos a la persona definitiva. La literatura universal habla constantemente de estas cosas y al mismo tiempo calla para no dar una solución que es tan sencilla como reveladora y al mismo tiempo inaceptable; porque lo que no aceptamos no lo queremos escuchar.
¿Amores definitivos?
Solo costumbre.
(L’espai desert)