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Era el andaluz más feo que vino al mundo en Sevilla. Muy pecoso, de viruelas, chiquitín, corto de vista y con cerdosos bigotes, con unas tremendas guías.
Pero era un hombre gracioso, enamorado y de chispa, que en viendo al lado unas faldas, se convertía en almíbar.
Plantado un día en la calle (su ocupación favorita) no dejaba pasar moza, que fuese fea, o fuese linda, a la que no dirigiese un piropo, una sonrisa, o si se terciaba el caso, un convite a unas cañitas.
De pronto, nuestro andaluz vio que volvía la esquina dirigiéndose hacia él una dama distinguida, a juzgar por su indumento, por su tipo y bizarría, pero que viéndola de cerca, su cara era una desdicha.
Sin embargo, el sevillano como nunca distinguía para lanzar chicoleos de feas ni de bonitas, encarándose a nuestra hembra dijo tragando saliva:
“- Vaya con Dios la mujé más grasiosa y más bonita q’a movío lo pinrele por las calles de Sevilla.”
Volviese la dama a ver al autor de esta salida y al contemplar a nuestro héroe más negro que una morcilla, con más hoyos en la cara que agujeros una criba, y con aquellos bigotes, le contestó la aludida:
“- perdone usté, amigo que la verdad no me permita decir de usté otro tanto". A lo cual él, enseguida contestó:
“- ¡ Pues mienta usté como miento yo, armamía!"
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