Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos?
No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano, dijeron al pie del viento. Y el olivo alzó una mano poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida, no la del explotador que se enriqueció en la herida generosa del sudor.
No la del terrateniente que os sepultó en la pobreza, que os pisoteó la frente, que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán consagró al centro del día eran principio de un pan que sólo el otro comía.
¡Cuántos siglos de aceituna, los pies y las manos presos, sol a sol y luna a luna, pesan sobre vuestros huesos!
Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pregunta mi alma: ¿de quién, de quién son estos olivos?
Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares.
Dentro de la claridad del aceite y sus aromas, indican tu libertad la libertad de tus lomas.
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