El iluminismo
En la historia nada es casual, un hecho es la consecuencia inevitable de otros que le precedieron. La Revolución Francesa, si bien tuvo otras causas, no hubiera sido posible, sin la presencia del iluminismo, que poniendo luz sobre el oscurantismo de la Edad Media, época en que se impedía pensar libremente, se alejó de las creencias religiosas para explicar el mundo y sus acontecimientos, para hacerlo a la luz de la razón.
El iluminismo tampoco hubiera existido de no haber precedido un debilitamiento del poder de la Iglesia, a causa de la reforma protestante que dividió al mundo cristiano en católicos y protestantes y del humanismo, movimiento filosófico que centró en el hombre el objeto de las preocupaciones terrenales, quitando a la religión ese privilegio.
Los filósofos iluministas, basados en el modo de conocimiento de la naturaleza, explicaron del mismo modo, los fenómenos políticos y sociales, dando origen a una crítica revolucionara del sistema institucional vigente en esa época, al que calificaron de irracional y contrario a la naturaleza, en múltiples aspectos, como la investidura del monarca como ser dotado por Dios de un poder absoluto y las diferencias sociales, amparadas legalmente en una sociedad jerarquizada.
Tomando las ideas de Isaac Newton, aplicaron a otros campos, la metodología de la física. El método científico, que incluye las técnicas de la observación, la experimentación y el análisis, fue utilizado para explicar la realidad cultural.
Todo fue objeto de análisis y discusión, surgiendo así, producto de una reflexión conciente, un Estado distinto, el Estado liberal, que incluye un modo de organización política, social y económica, diametralmente opuesto al absolutismo monárquico.
Sentaron la idea de la existencia de los derechos naturales, que son aquellas facultades, intrínsecas al individuo, como el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad, etc., que nacen con la persona, y que el Estado no otorga, sino que debe reconocer y garantizar.
La ley, basada en la razón, debía establecer derechos y obligaciones para todos, gobernantes y gobernados, y serían éstos los que decidirían quiénes ejercerían el mandato del Estado, con poderes limitados en el número y en el tiempo.
En Francia se destacaron las ideas de Charles Louis Secondat, Barón de la Breul et de la Montesquieu, quien sentó la tesis de la división de poderes, como garantía de control y para evitar el abuso de los gobernantes.
Otro gran iluminista fue Jean Jacques Rousseau, que elaboró la teoría del contrato social, para explicar la existencia del Estado, por la cual los individuos resignan ciertas libertades, en pos de la voluntad general, pero sin renunciar definitivamente a su poder de mando. El Soberano debía ser el pueblo y no el monarca.
Por su parte, Voltaire, defendió la libertad de pensamiento y la tolerancia religiosa, atacó los privilegios del clero y la nobleza, y enalteció el trabajo de la burguesía frente al ocio de la aristocracia.
En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, emanada de la Asamblea Nacional en 1789, en el apogeo de la Revolución Francesa, se evidencia la influencia de estas ideas democráticas.
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