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La carretera que lleva a Lucena desde Córdoba cruza por una inmensa campiña marcada por el relieve de suaves colinas que se pierden a la vista. Estamos en pleno Corazón de Andalucía.
En esta mañana soleada del mes de abril la luz brillante hace tornasoles en los vigorosos cultivos de maíz, cebada, trigo… que se extienden, alineados como filas de soldados, en todas las direcciones.
La fuerza de la Primavera se deja notar también en el borde de la calzada. De pronto es la sangre del mítico Gerión vencido por Hércules, la que tiñe la tierra de amapolas, luego el poder germinal de la flor amarilla cambia el retal de un paisaje o de una tenue ladera.
¡Qué hermosa es esta tierra domesticada por la agricultura desde la época de los tartesos, los fenicios y los griegos, quienes supieron ver en esta “espesura selvática” de “corpulentos árboles poblada”, como describieron Tito Livio o Estrabón a estas tierras de la Bética, que tanto el olivo como la vid crecían espontáneamente.
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Había estado por aquí en época de verano, cuando esta tierra generosa ha donado ya sus frutos o pinta los cultivos de dorado y maduro, lo que hace que los campos aparezcan agotados, confundiéndose el turista de ciudad que ante este aparente aspecto yermo no reconoce que la campiña ya entregó, a su justo tiempo, las dádivas de la cosecha.
Presto mucha atención a este entorno de vistas amplias recordando las palabras y comentarios de ilustres personajes del pasado, o de discretos viajeros que han estado por aquí. En todos ellos destaca idéntica admiración a esta inmensidad que sólo encuentra límite en la línea del horizonte, que en esta época enmarca a un cielo inundado de luz clara.
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No sin razón Eliossana, fue conocida entonces como “la ciudad de los poetas” extendiéndose su fama por todos los centros judíos de Europa y el Mediterráneo, que llamaron a Lucena “la Perla de Sefarad”.
El pueblo judío ha sido un pueblo muy castigado a lo largo de la historia y también aquí, después de siglos de florecimiento, tuvo que vivir su ruina.
Del propio Abrahan ib Ezra es este cantar amargo que describe el final de Lucena por los montaraces almorávides.
"¡Ay! Cayó sobre Sefarad el mal de los cielos, un lamento se cierne sobre Occidente, por ello tiemblan mis manos. Mis ojos, mis ojos manan lágrimas. El llanto de mis ojos cae como manantial por la ciudad de Eliossana; libre de tachas, pura, allí moró la cautiva comunidad, sin cesar hasta cumplir la fecha de mil setenta años; pero llegó su día, vagó su gente y ella quedó como viuda, huérfana de Ley, sin Escritura, sellada la Misná, el Talmud estéril se tornó…."
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