No creería en los maestros, porque ellos no creerían en la sonrisa que todavía no es, en la ilusión que solo es cuando sonríe.
Ni creería en el silencio; ni querría aprender a escucharlo, a sentir la voz de lo profundo cuando enmudecen mis historias y mis histerias, mis ruidos y mis miedos.
No creería en la paz ni en la justicia, ni en el poder de la alegría ni en la fuerza del ejemplo. Tampoco en el viento.
No creería en el futuro que tenemos entre nuestras manos, en la esperanza de hacerlo nuevo. De hacerlo bueno.
Ni creería en las estrellas que no vemos desde este edén de sueños y hormigón.
Si creyera tan solo en lo que veo, no creería en este atardecer de la Umbría que se pierden casi todos, mientras nuestro amor crece, y tú no lo sabes, frente al tramonto, en Spoleto.
Y no creería en Vosotras, que me haces ver todo en todos
y a Vosotras en todo. Y así creer en lo que veo
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