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Hace tiempo que un fideo
atormenta mis comidas.
Es un fideo normal,
ni largo ni corto,
ni ancho ni estrecho,
tiene la justa medida
de un fideo vulgar.
Este fideo tiene
una manía especial:
no se deja comer,
se las apaña para escapar
a su instante final.
Sentado frente a mi sopa
apuro el plato goloso
y entonces, el muy traidor,
aparece de sopetón.
Ahí está, risueño y burlón,
ni gordo ni flaco,
ni corto ni largo.
Dispongo la cuchara,
preparo el paladar...
el muy astuto me mira
y desaparece sin más.
Miro y remiro;
el traidor escapó,
pero estoy seguro, ¡lo sé!,
que en la próxima sopa
volverá a aparecer.
¿Cómo atrapar
este fideo tan informal
que se burla sin piedad
de este pobre mortal?
¿Dónde se esconde
cuando en mi plato no está?
Seguro que un día,
cuando me canse de la sopa
y su visitante descortés,
me gritará que quiere volver...
Será ya tarde,
pues una patata frita,
dorada, sabrosa y crujiente,
aparecerá junto a mi filete
y no se dejará pinchar...
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