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Me he hecho unos peldaños de ladrillo para asomarme al mundo. Desde aquí, al ser todo un poco más pequeño, he perdido los miedos. Puedo admirar cada cosa despojada de su grado de suntuosidad, y así me gustan más, pues adoro lo sencillo.
Freno mi impetuosidad para tocar cada estrella, quiero que mis caricias sean leves para no apagar su luz. En el centro, como si fuera el ombligo del mundo, veo un círculo donde están mis amigos y las personas que quiero. Intentaré trasladarles lo que necesiten, aunque me pueden llamar la atención, ya que el mundo es como unos grandes almacenes, y puede que no me permitan toquetear las cosas. De todas formas, captarán mejor el sentimiento al enviárselo desde estas alturas donde hay cosas que me dan vértigo.
Es triste cuando a la llamada de atención del color rojo, he acudido a ver de qué se trataba, dándome cuenta que era una sangrienta guerra. Veloces mis dedos han despojado de todas sus armas a los soldados, y las soltaron al abismo. De todas formas son como marionetas llevadas a enzarzarse cuerpo a cuerpo. Sus dirigentes no deben saber dialogar. El poder es una cinta que ciñe sus cabezas haciéndoles olvidar el gran servicio que puede dar la palabra. El dinero es un saco pesado que da de lleno en su humanidad desintegrándola.
Mis manos son frágiles ante los terribles sacos, y las cintas compresoras. No sirven para
desintegrar esa cadena de terror; pero las mantendré separadas de los sacos, no tocarán cinta alguna. Blanco será el color que las vista, quiero la piel impregnada de ternura.
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