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Vi caer las hojas en otoño y pinté de ocre la tela del horizonte. Un viento traicionero robaba sus mariposas al árbol y elevaba al cielo los secos despojos de un verde perdido para siempre. Todo fue color del tiempo, menos la lírica del verso que se negaba a volar junto a las hojas y se quedaba aquí abajo en el dulce remanso de la tierra parda. Como una maga de estaciones desiertas elevé mi mirada hacia las alturas póstumas, encontrando entre el cielo y el mar, un canto de faunos olvidados. Aquí y allá morían las hojas como pájaros sin mañanas, pero en la mirada soñadora que mi corazón le obsequiaba al otoño, encontré finalmente el beso de la aurora. Y con el beso desanduve las distancias de macilentos pasados en pos de inciertos inviernos. Me amarré como un marinero a su barco en medio de la tempestad mientras el estruendo de las olas ahogaba el dulce canto del mar. Hurgué como una niña en un horizonte sin penas entre las hojas de los árboles que se arremolinaban con el viento y regresando de mi viaje toqué suelo dejando para siempre mis pisadas en el lecho mágico de este día de otoño.
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