Lo confieso abiertamente: En Madrid tengo un amor. Fue un caso genuino de enamoramiento a primera vista, un auténtico flechazo, una conmoción que me dejó pasmado la primera vez que pude contemplar semejante belleza y que, ya en menor medida, se repite cuando vuelvo a verla.
El culpable es un genio de la pintura, un adelantado a su época, a cualquier época, alguien que introdujo en sus obras un componente que va todavía más allá de lo onírico, pues su visión del mundo nos llega plena de humor, fantasía y con una crítica feroz a lo que significa el ser humano. Esa mirada llega a su punto culminante en el tríptico del ‘Jardín de las Delicias’. Y hablo, como no podía ser de otra manera, de El Bosco. Es uno de los cuadros más visitados del Museo del Prado, siempre que pasas por su lado hay a un montón de gente contemplando semejante maravilla.
El tríptico cerrado y abierto es una alegoría completa del origen y fin del mundo: cerrado muestra una de las primeras escenas del Génesis, la creación del mundo vegetal, origen de la vida; por el contrario, abierto enseña la Creación completa en la puerta izquierda, el Infierno en la derecha, y en el centro las más variadas formas de la sensualidad, que presumiblemente conforman los placeres de la vida. Leído de principio al fin, narra la historia de la caída del género humano, sin posibilidad de redención, puesto que no existen las figuras divinas de Cristo o María, ni tampoco la elección de los justos para vivir en la Gracia de Dios tras el Juicio Final.
El barroquismo, el colorido, la originalidad, la complejidad y la belleza de las imágenes es tal, que resulta casi imposible abarcarlo todo con la mirada. Siempre hay un margen para la sorpresa y para revivir la llama de la pasión que despierta...
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