(Freiduría "El Arenal")
El pescado frito fue uno de los elementos básicos de la vida veraniega de los sevillanos. Al comenzar la tarde, cuando aún las horas eran terriblemente calurosas, el pescadero daba los últimos toques al mostrador de mármol de la pescadería en donde había vendido el pescado fresco por la mañana, y lo preparaba para la venta de pescado frito en la noche. Enormes peroles repletos de aceite sobre negras hornillas, hacían doblemente calurosa a la estancia y esperaban pacientes a los clientes que poco a poco iban llenando el local.
(Freiduría "La Coruñesa")
Entrar en la freiduría era darse de cara con un aire caliente impregnado del olor a aceite caliente y harina y pescado frito. El humo salía a bocanada de los peroles a bocanadas y se prendía en la ropa y el pelo de los clientes. El estómago de los mismos, sin embargo, se removía ante el ansia de imaginarse deleitando tales sabores.
Las mujeres se echaban aire con el abanico, los hombres con la gorra o mascota, y los chiquillos, a los que habían enviado sus madres a realizar la compra daban golpes con la moneda sobre el mostrador para llamar la atención del pescadero, como insinuándoles que ya le tocaba que lo despacharan.
Los pescados que más se vendían eran las rodajas de merluza y de pescada cortadas muy finas, las pescadillas medianas, enroscadas mordiéndose la cola, los boquerones, los chocos y calamares, el cazón en adobo, los salmonetes, las acedías, el pez espada, y sobre todo las migajas fritas, recortes diminutos de pescado que para aprovecharlo los freían y los vendían a menor precio. Las migajas eran adquiridas por los clientes más pobres.
El pescado lo entregaban en un cartucho de papel de estraza.
Enrique "el de los Pavías" era muy solicitado porque en su freiduría se elaboraban las exquisitas "Pavías", bacalao y merluza rebozada en una deliciosa masa.
Y allá que iban saliendo los sevillanos de la freiduría con su cartucho de pescado frito con harina de garbanzo y trigo, quemándose las manos por lo que el papel mantenía el calor, y se dirigían a sus patios o puertas, o el que bien podía, a algún velador de algún kiosco de la Alameda, para comérselo con pan de Alcalá, un plato de tomate cortado a rodajas con sal y un buen jarrillo de lata de gazpacho fresquito.
De postre la sandía o el melón enfriados en el fondo del pozo o del pilón
.