Una familia de campesinos que nunca había estado en una ciudad viaja a Buenos Aires. Por recomendación de amigos, lo primero que hacen al llegar es ir a un shopping center. El padre, la madre, la hija y el hijo no salen de su asombro ante las vidrieras, los locales, la mercadería que ven. En un momento, el padre y el hijo se separan de las mujeres de la familia y quedan frente a dos hojas de metal doradas de dos metros de altura. El hijo le pregunta al padre qué es, y el padre admite:
-Hijo mío; no tengo idea. Nunca vi nada igual en mi vida.
Se quedan contemplando las hojas de metal, y una anciana en silla de ruedas se acerca a lo que -obviamente- son las puertas de un ascensor. Toca el botón llamador, aguarda unos instantes, y las puertas se abren. La mujer entra al elevador, aprieta un botón y -para asombro de los campesinos- las puertas se cierran delante de ellos y la mujer desaparece. Todavía aturdidos por lo que había pasado, cuál no sería su sorpresa cuando -un minuto más tarde- las hojas de metal vuelven a abrirse, y del cubículo emerge una bellísima rubia, alta, de unos 25 años. El padre queda boquiabierto unos segundos, y le grita al chico:
-¡Rápido, hijo: andá a buscar urgente a tu madre!