Qué fácil puede llegar a ser olvidar. Ya, ya… Ahora viene la parte en la que se levanta de entre el público (porque hay publico, ¿no lo veis?) un amante despechado y me niega la mayor. Pero lo cierto, lo triste, es que el olvido es una droga dura y barata. Sí, es fácil olvidar, sobre todo involuntariamente. Me explico, antes de que mi exigente público se levante y salga de la sala. El ser humano sólo olvida aquello que no desea olvidar. Ni recordar. El hecho de desear implica atención y ésta es enemiga acérrima del olvido. No se olvida un amor, ni un nombre de amigo o enemigo. Se olvida aquello que en apariencia no nos importa, aquello que sólo echamos en falta una mañana en la que nos levantamos más tarde que pronto y notamos que algo falla, que algo falta. Un vacío, un roto, un descosido. Un desgarrón en toda el alma, hecho de golpe, sin compasión alguna por nuestra propia vanidad. Olvidamos aquello que no somos capaces de valorar hasta que nos falta.
Toda esta parrafada sirve, ni más ni menos, estimado lector, que para pedir perdón por mi intencionado descuido, por mi descuidado olvido de este grupo. Y que es, claro, que sólo echamos de menos aquello que hemos olvidado en algún momento. Y para ello es necesario, primero, no haberlo apreciado en suficiente medida. Para estimar algo en su justa medida demasiado a menudo es necesario perderlo.
He aquí querido y anónimo lector (amado público), mis disculpas. Desde aquí mi compromiso a no volver a tropezar con esta piedra, aunque sepa que volveré a encontrarla (más grande y puntiaguda si cabe) antes de que empiece a andar de nuevo.