Shakespeare plasmó para el mundo, con su pluma prodigiosa, el dilema que ha seguido a nuestra historia desde siempre. Ya sea que estemos conscientes o no de ello, para nosotros no es diferente que para Hamlet, el personaje del gran dramaturgo: “¿Ser o no ser?, esa es la cuestión”. Y más allá del significado contextual que pueda tener dicha expresión, podemos concluir que todos los días, en los diferentes escenarios que nos toca movernos, ésa es sin duda la cuestión: ser o no ser
A medida que crecemos, cada unos de nosotros se hace responsable de decidir si se unirá a la masa, arrebañado en la ilusión de seguridad de no trascender, porque No Ser es precisamente eso: renunciar a dejar un legado constructivo, alentador de las potencialidades que como seres humanos poseemos; así nos convertimos en hombres y mujeres sombras, tristemente destinados a perecer sin más. No Ser significa no vivir, y no vivir es igual a pasar por la vida creyendo que el mundo nos debe algo, en lugar de pensar en lo podemos dar nosotros. Ser significa buscar nuestro propio camino a la excelencia, con la consciencia de que el camino mismo es lo importante, quizás más que un destino al que llegar, pues, para ser honestos con nosotros mismos, aprendemos no por lo que alcanzamos, sino por lo que recorremos y experimentamos, con una actitud alegre, aunque esto no significa que no podamos derramar algunas lágrimas cuando la tensión a nuestro alrededor crece; y cuando logramos algo, reconocemos que fue el camino el que nos ayudó a cumplir con nuestra meta, porque con todos los desafíos que nos presentó, aprendimos, sí, aprendimos constancia, valor, fe; virtudes invaluables que sólo pueden poseer aquellos que no dudan en ser quienes son, que no dudan en ver la vida como su oportunidad de amar, trabajar y dejar una huella, aunque sea en una sola persona. Y, ¿ahora?, al avizorar el día que tenemos por delante, ¿qué haremos
|