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De nuevo hemos pasado el ecuador de Septiembre, sin darnos apenas cuenta vamos caminando cara al invierno. Pero eso sí, ahora nos llega el otoño, la estación que más gusta a los pintores. Con pena ya no vemos esas bonitas mariposas revoloteando por el jardín, o, por estos campos manchegos. Tampoco vemos las golondrinas porque desde hace días, han partido de nuevo a otros lugares donde el sol les dé su calor. Y así tantas y tantas aves que al llegar la primavera y verano nos visitan, y tantas y tantas mariposas que ahora quizás esten envueltas en su capullo esperando la nueva, su nueva ptimavera.
Pero el otoño nos llega con aromas nuevos, ya huele a vid, a uvas recién cortadas, a mosto... todo eso luego se transformara en un rico caldo que nos impregnara todos los sentidos. Pero... ¿y los colores? Esos colores otoñales de esas hojas que caen o que se quedan en el árbol y que tienen unos matices maravillosos y difíciles de copiar, tonos que van desde el amarillo con distintas tonalidades, rojos inigualables, marrones que parecen tierra seca. Miles y miles de tonos, que difícilmente se pueden ver en otro tiempo. Es la naturaleza, pensándolo bien, es la decadencia del calendario que siempre va dando vueltas, termina y empieza, para terminar de nuevo, vidas que nacen, vidas que se van como las estaciones del año. Hoy uno, mañana otro... tanto de esos que nos dejan como de esos otros que nos llegan dando luz, alegría a nuestras vidas. También las mariposas volverán de nuevo y las veremos como si fueran pinceladas dadas al aire que danzan al son de una música inexistente que solamente ellas pueden oír.
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