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Dentro de la interpretación de los sueños, aquellos considerados como “pesadillas” poseen una importancia más o menos destacada, pues durante siglos, estuvieron atribuidas a la injerencia de las fuerzas del mal, y durante largos años se creía que eran castigos inflingidos por los dioses a quienes no habían obrado correctamente; y, por tanto, fueron muy temidos.
Con el paso de esos mismos años, la ciencia se ha ido abierto paso, y a día de hoy, a pesar de ser -no obstante- un mundo en muchos casos desconocido, sabemos que las pesadillas más que un tipo determinado de sueños en sí, destacan por su naturaleza fría, adversa, pues nos provocan temor, angustia.
Y es que según muchos estudiosos, las pesadillas suelen estar más relacionadas por ese lado “oculto” que todos tenemos, por esa parte oscura que mora en nuestro interior y de la que deseamos escapar. Por tanto, las pesadillas pueden ser consideradas como el reflejo mismo de nuestro propio dolor, de nuestras propias inquietudes, de nuestros sentimientos. Aquellos que reprimimos mientras estamos despiertos, debido, en la mayoría de las ocasiones, a los condicionamientos sociales.
Ejemplos claros de lo que estamos comentando serían los celos, el odio, la envidia, la codicia… e incluso el deseo sexual. Pero también traumas del pasado, y esas otras situaciones de gran adversidad vividas en nuestra etapa adulta y de la que no supimos o no sabemos salir.
Se ha demostrado científicamente que las pesadillas no sólo producen efectos “negativos” a nuestra concepción psicológica, sino a su vez a nuestro físico:
- Agitaciones interiores y movimientos considerados como bruscos, con temblores. Ocasionalmente, se puede producir un ligero dolor de cabeza.
- Sudoraciones exageradas, y aumento de la temperatura del cuerpo de forma repentina.
- Podemos emitir gritos, padecer agresividad y lanzar golpes.
- Alteración tanto del ritmo cardíaco como el respiratorio.
Es imprescindible entender que tener pesadillas no es “negativo”, pues nos pueden alertar acerca de esas inquietudes que tenemos, pero de las que no nos podemos darnos cuentas. Momento en el que, a través de una correcta interpretación, sabremos aquello que pensamos pero que no nos hemos podido plantear directa y conscientemente.
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